Cuando escuches esta canción

Una historia sorprendente a la vez que arriesgada.
Todos conocemos a Anne Frank, (o deberíamos), pero se la conoce de una manera bastante superficial, y creo que fue un mito en la historia.
En esta novela, Lola Lafón se ha atrevido en poco menos de 200 páginas a contar la historia de la Shoá ( Holocausto en termino hebreo), y la cuenta de una forma especial, pasando una noche en el Museo de Anne Frank en Amsterdan.
Lola no explica los motivos de por qué hace todo eso, pero si deja algunas cosas obvias, y lo que más me ha sorprendido es por afrontar parte de su propia historia familiar.
Con una gran investigación histórica y documental, la autora se entrega de lleno, habla de Anne Frank de su diario ( desgranándolo de una manera espectacular), habla del lugar en el que se encuentra, habla de si misma y de su familia, también afectada por el Holocausto, sus familiares fallecidos en Auschwitz, su infancia en Francia…
Cuenta varias historias intimas y personales y he llegado a empatizar con ella con una de ellas, las reflexiones que hace sobre su trabajo como escritora…
Datos como que la hermana de Anne, Margot, también llevaba un diario y que nunca fue encontrado, datos como que Anne quería que su diario alguna vez fuera una obra literaria…o que Anne también ha sido muy odiada y que el diario ha sido objeto de ataques negacionistas.
Asique una novela que en 200 páginas vas a conocer mucho mas tanto la historia de Anne Frank como la de la autora, y te aseguro que no te dejara indiferente.

 No sabía quién era Lola Lafon antes de leer este libro. Desconocía quién se situaba detrás de esa mujer que un día decidió pasar una noche en el Anexo donde una de las chicas más conocidas del mundo escribió su famoso diario antes de partir hacia un viaje del que jamás regresó. Ignoraba que me encontraba ante una superviviente de esas que no pisaron un campo de exterminio, pero que han cargado cada día con el peso de muchas ausencias.

   Cada ausencia deja un hueco que suena a pregunta. Tiene razón Lola en eso de que no hay vivos suficientes para contestar a tantos muertos. Fueron demasiados. Ni siquiera teniendo delante la misma pared que tenía Anne mientras escribía, puede uno responder a semejante barbarie. Jamás podremos. Lo que sí podemos hacer, mientras tanto, es seguir preguntando, cuestionando; no tratar de llenar esos huecos a cualquier precio. Respetar la verdad.

   Se puede.

   Se debe.

   Se lo debemos.