Los hombres que hacen historia rara vez son buenos maridos.
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Los hombres que hacen historia rara vez son buenos maridos.
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"Jamas me casaré" es la canción de todo libertino y el estribillo de todo casanova.
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Tom Severin acababa de enamorarse a primera vista. Esa mujer lo había conquistado por completo. Era hermosa de la misma manera que lo eran el fuego y la luz del sol: cálida, resplandeciente y dorada. Su imagen le provocó un sentimiento de vacío que ansiaba paliar. Era todo lo que él no había podido tener durante su dura juventud: las esperanzas y las oportunidades perdidas. |
—Sería mejor que quedarme sola. —¡Qué tontería! Hay un abismo de diferencia entre quedarse sola y sentirse sola. |
No le parecía justo que su hermana, que siempre había renegado del matrimonio, hubiera encontrado marido mientras que ella debía enfrentarse al objetivo de sobrevivir a otra temporada social en primavera.
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—La desesperación no es uno de mis sentimientos. —¿Nunca se ha sentido desesperado? ¿Por nada? —No. Hace mucho que identifiqué los sentimientos que me son útiles. Decidí conservar solo esos y descartar todos los demás. —¿Es posible descartar los sentimientos que a uno no le sirven? —le preguntó ella con escepticismo. —Para mí sí lo es. |
No obstante, con Cassandra había descartado gran parte de sus defensas mucho antes de pisar siquiera el dormitorio. Algo que no había sido deliberado por su parte; había sucedido..., sin más. Y aunque siempre había sido desinhibido en lo tocante a la desnudez física, hacer el amor con ella lo había llevado casi al borde de la desnudez emocional, y eso le había resultado aterrador.
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—Tu cuerpo no es un adorno diseñado para el placer de los demás. Te pertenece a ti sola. Eres magnífica tal cual. Ya subas o bajes de peso, seguirás siendo magnífica. Cómete un dulce si te apetece.
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A veces había palabras que un ser humano necesitaba oír, aunque no acabara de creérselas.
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—Por esto es por lo que no podemos ser amigos —lo oyó susurrar con voz ronca—. Quiero hacerte esto cada vez que te veo. Saborearte, tenerte entre mis brazos. No puedo mirarte sin pensar que eres mía. La primera vez que te vi... —Se interrumpió y apretó los dientes—. ¡Por Dios! No quiero esto. Si pudiera, lo aplastaría de un pisotón. —¿A qué se refiere? —le preguntó Cassandra con voz trémula. —A este... sentimiento. —Pronunció la palabra como si fuera una blasfemia—. No sé lo que es. Pero eres una debilidad que no me puedo permitir. |
Drácula, Bram Stoker