Hasta el final de sus días Harvey no olvidará aquel espectáculo. El sol acababa de remontarse sobre un horizonte que llevaban sin ver casi una semana y su luz rojiza bañaba el velamen de las tres flotillas de goletas que se encontraban ancladas allí: una al Norte, otra al Oeste y la tercera al Sur. Debía de haber casi un centenar, de todos los tipos y calados, incluyendo un velero francés de aparejo cruzado, todas cabeceando y haciendo reverencias a sus vecinas. De todos los barcos salían botes como salen las abejas de una colmena superpoblada. El clamor de voces, el ruido de cables y motones y el chapoteo de los remos llegaban a gran distancia por encima de las aguas ondulantes. A medida que el sol subía en el cielo, las velas se iban volviendo de todos los colores: negro, gris perla, blanco, a la vez que nuevos barcos surgían de la neblina que había hacia el Sur.