La vida es una novela que ya sabemos cómo termina: al final el protagonista muere. Así que lo más importante no es cómo acaba nuestra historia, sino cómo vamos a llenar las páginas. Pues la vida, igual que una novela, tiene que ser una aventura.
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La vida es una novela que ya sabemos cómo termina: al final el protagonista muere. Así que lo más importante no es cómo acaba nuestra historia, sino cómo vamos a llenar las páginas. Pues la vida, igual que una novela, tiene que ser una aventura.
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A dónde van los muertos? A todos los lugares en donde podemos recordarlos. Sobre todo a las estrellas. Porque no dejan de seguirnos, bailan y brillan en la oscuridad de la noches justo encima de nuestras cabezas.
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¿Qué somos capaces de hacer para defender a las personas a las que queremos? Ese es el rasero por el que medimos el sentido de nuestra propia vida.
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La muerte impide los reencuentros, pero no puede interrumpir el amor.
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El éxito de un libro no se mide en función de la cantidad de ejemplares vendidos, sino de la felicidad y el placer que se han podido sentir al editarlo.
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La gente suele creer que para empezar a escribir una novela hace falta una idea. Cuando en realidad la novela nace, antes que nada, de un anhelo: el anhelo de escribir. Un anhelo que te entra y que nadie puede evitar, un anhelo que te distrae de todo lo demás.
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La vida es una novela que ya sabemos como termina: al final el protagonista muere.
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Cuando me meto en la historia, me atrapa por completo. Es como si también yo estuviera dentro de la novela, in situ.
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Porque la risa tiene más fuerza que todo lo demás, más incluso que el amor y las pasiones. La risa es una forma de perfección inalterable. Nunca te arrepientes, se vive siempre con plenitud. Cuando acaba, siempre te quedas satisfecho y te apetece, más pero no la pides. Incluso el recuerdo de la risa es siempre agradable.
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No son ni el autor ni el editor quienes deciden cuando se publica un libro. Es el propio libro el que decide cuando hay que publicarlo.
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10 negritos