Nadie puede irse de su propia vida ni del juego que esta le ha impuesto. Hay que llegar hasta el final, aunque nadie pueda precisar cuál es o dónde queda o cómo se llega. No hay instrucciones para ello, no existen en ninguna parte.
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Nadie puede irse de su propia vida ni del juego que esta le ha impuesto. Hay que llegar hasta el final, aunque nadie pueda precisar cuál es o dónde queda o cómo se llega. No hay instrucciones para ello, no existen en ninguna parte.
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Cuando uno no quiere abordar un tema, a menudo, busca excusas para no hacerlo. Y es fácil encontrarlas si uno busca bien.
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Llegué a casa de la abuela a esa hora en la que aún hay suficiente luz para creer que todavía no es de noche, pero tan poca para saber que ya no es de día.
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Los pájaros no pueden mirar atrás, supongo que necesitan hacerlo hacia delante para poder volar sin estrellarse contra los ventanales. Y sin embargo, se estrellan, porque hay que estar vivo para estrellarse alguna vez.
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Nunca imaginé que la verde exuberancia pudiera albergar tanta desolación. El verde sobre el verde contenía todos los colores, todas las formas, todos los olores. Se había hecho más verde en nuestra ausencia y nosotros, en cambio, habíamos palidecido, como las ranas de los platanales, que son tan blancas que se vuelven transparentes, son tan transparentes que se vuelven invisibles, son tan invisibles que terminan estripadas bajo una pisada desconocida.
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Cuando mi profesora de ciencias preguntara que es un centímetro, diría que es la distancia que debe recorrer un dedo para tirar del gatillo.
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Cuando alguien se muere, uno tiende a aferrarse a los recuerdos, a unir los retazos. Es una lucha constante contra el olvido, a sabiendas de que no hay manera de ganarle. El tiempo pasa como un vendaval arrasando todo lo que no esté muy firme. Pero incluso las cosas más firmes amenazan con esfumarse. Yo he recreado la última cara de mi padre tantas veces que en ocasiones me pregunto si fue un invento de mi cabeza para tener de quién despedirse. Toda partida sin adiós es inconclusa.
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Eran días bonitos y no lo sabía. Creí que durarían por siempre; los niños que tienen una infancia feliz, crecen con la ingenua creencia de que así será el resto de la vida, porque la felicidad es algo que la mayoría de las veces solo se aprecia cuando ya no se tiene.
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Te mato con palabras porque son la única arma que poseo. Te mato porque estoy cansada de intentar mantenerte vivo en mi cabeza. Te mato para que puedas vivir en este libro. Tu ausencia es como un hueco que nunca se llena, un hueco vacío que no quiero seguir mirando porque eso es algo que he hecho hasta cansarme. Es hora de mirar hacia otra parte. No pongas a prueba mi puntería, no permitas que este sea otro intento fallido, necesito que te mueras de nuevo. Y asegúrate de que esta vez sea para siempre.
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No era un hombre de silencios, mi padre, todo lo contrario, se sabía todas las palabras del mundo y, cuando no le alcanzaban, se inventaba las suyas propias. Hablar con él era toda una experiencia, le parecía a uno que el mundo se iba inventando a medida que nombraba las cosas. Mencionaba lugares que no aparecían en los mapas y esos lugares se nos plantaban en la mente con la misma firmeza que si hubiéramos pasado allí las vacaciones.
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Gregorio Samsa es un ...