Eran incontables las lunas que brillaban sobre sus azoteas, o los mil soles espléndidos que se ocultaban tras sus muros.
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Eran incontables las lunas que brillaban sobre sus azoteas, o los mil soles espléndidos que se ocultaban tras sus muros.
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-Quieren que operemos con el burka -explicó la doctora, señalando con la cabeza a la enfermera de la puerta-. Por esi tiene que vigilar. Cuando vienen, me tapo.
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Decía que hombres y mujeres eran iguales en todo y que no había razón para que las mujeres se cubrieran si los hombres no lo hacían.
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Como la aguja de una brújula apunta siempre al norte, así el dedo acusador de un hombre encuentra siempre a una mujer
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Confía tu secreto al viento, pero luego no le reproches que se lo cuente a los árboles.
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Y de repente Mariam comprendió que sus sospechas eran ciertas. Comprendió, con un miedo que la asaltó como un terrible y doloroso mazazo, que estaba presenciando nada más y nada menos que un cortejo.
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Los chicos, comprendió, se planteaban la amistad de la misma forma que el sol: daban por sentada su existencia y disfrutaban de su resplandor, pero nunca lo contemplaban directamente.
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En los alféizar de las ventanas hay flores plantadas en casquillos de antiguos misiles muyahidines; flores misil, las llaman en Kabul.
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A la joven Mariam no se le ocurría que pudiera haber injusticia alguna en tener que pedir perdón por la manera de llegar al mundo.
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Lo peor de haberse salvado era el tormento de preguntarse quién habría caído.
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¿En que trabaja Kote?