Porque los días están amadrinados, llega uno y sabemos el otro viene, y también el otro, y el otro más, y hay que aguantarse (...)
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Porque los días están amadrinados, llega uno y sabemos el otro viene, y también el otro, y el otro más, y hay que aguantarse (...)
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Dobla la cabeza y algo duro, que lastima la garganta e impide las lágrimas, permite que un gemido largo salga entre sus dientes y suene amortiguando en la lana del perro.
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Corre atropellando todo, sale a la lluvia, cruza la mañana y los charcos, entra por el monte y las ramas y al llegar al fondo se abraza al tronco de un árbol, se deja caer y se muerde los puños, y gime, la cara contra la corteza de terciopelo húmedo, gime como si ladrara, como si el gemir le despellejara los huesos, como si el alma saliera tal vez por sus gemidos y echara afuera la desgracia. Con los dedos ara el tronco y desprende pedazos de musgo olorosos a lluvia.
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Pero hoy Nefer quiere cavar un pozo en la tierra, aunque fuese con las uñas, aunque sangraran, con los dedos si las uñas se rompían, con los brazos si los dedos se gastaban, y en el pozo profundo enterrarse, cubrir de tierra los ojos cerrados y volverse poco a poco raíz, o pasto, o barro, sin sueños, sola, olvidada del miedo. Porque los días están amadrinados, llega uno y sabemos que el otro viene, y también el otro, y el otro más, y hay que aguantarse, porque el hombre es un pobrecito que no puede levantar el cuchillo y decir: no quiero más días, sin decir: no quiero más hombre, y arreglar tal vez las cosas metiéndose el cuchillo en la barriga. Porque los días son como una tropa sin fin pasando una tranquera.
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Cuando levanta los ojos, las estrellas han variado de sitio y Nefer es el centro de ese cielo, que va girando alrededor de su cabeza como una pesada nave reluciente, víctima del tiempo, dócil a las horas como ella misma, y la angustia le cierra las manos sucias de tierra y leche.
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Su dolor sube como lentos cuchillos por la garganta, que le duele, le duele, como si cada sollozo fuera un pequeño hijo que naciera, y sus gemidos se pierden entre rumores de mugidos y de patas que cambian de posición. Las lágrimas la envuelven en un velo que borra el mundo y moja su cara entera, sus manos, la manga en que oculta su rostro.
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Y junto con esto, como si el pensamiento hubiera brotado en zona demasiado cercana del otro, una marea angustiosa la inunda con la realidad de su desgracia; la impotencia sube a su garganta, y como si el tiempo se hiciera sólido le parece oírlo, con su corriente impasible confabulada con su propio cuerpo que la traiciona y deja a merced de los días. Aprieta los dientes y siente que de su cara se retira la sangre dejando como olvidada la piel sobre los huesos.
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Piensa que hoy eso que la llena y ahoga golpearía contra las paredes y volvería a ella insoportablemente, y prefiere recostarse en el árbol, parada en la tierra que a partir de sus pies corre sin variaciones hasta el horizonte, y dejar que sus ojos se queden en cada pelo, en cada cambio del lomo del perro que acaricia. Más allá no. No por el parque y las flores, no por la llanura,no por las ventanas de la casa mirando si alguien asoma: nada más que este quedarse en lo inmediato.
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¿Qué es el día, qué es el mundo cuando todo tiembla dentro de uno? El cielo se pone oscuro, las casas crecen, se juntan, se tambalean, las voces suben, aumentan, son una sola voz. ¡Basta! ¿Quién grita así? El alma está negra, el alma como campo con tormenta, sin una luz, callada como un muerto bajo la tierra.
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[...] pero hoy Nefer quiere cavar un pozo en la tierra, aunque fuese con las uñas, aunque sangraran, con los dedos si las uñas se rompían, con los brazos si los dedos se gastaban, y en el pozo profundo enterrar se, cubrir de tierra los ojos cerrados y volverse poco a poco raíz, o pasto, o barro, sin sueños, sola, olvidada del miedo.
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"Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo" ¿El personaje de qué libro está hablando?