En ocasiones, el dolor me agobia tanto que me retuerzo mientras duermo. Las noches son horribles. La soledad y el vacío están por todas partes. En la almohada sin dueño que tengo al lado. En las sábanas, que solo están calientes bajo mi cuerpo En el ominoso silencio de mierda que reina en el piso.
Pero las mañanas no son mucho mejores. Por alguna razón, bajo la guardia de noche. Me relajo (a veces). Me despierto en la comodidad de mi cama y miro el ventilador blanco que hay en el techo y que tan bien conozco. Y, por un momento, estoy bien. Hasta que recuerdo que ya no me desea. Y la tortura empieza de nuevo. Me obligo a salir de la cama, a vivir, pero a duras penas. Me obligo a comer; a comer, no a saborear. Me obligo a ducharme, a mojarme para luego secarme. A vestirme, a fingir que soy normal. Que soy persona. Me obligo a seguir adelante cuando una parte de mí todavía está atascada en el día que se me vino el mundo encima cuando me dijo que ya no estaba enamorado de mí. Amor. Amor verdadero. Felicidad. Un futuro, la sensación de que nos completábamos. De eso ya no queda nada.
+ Leer más