Veinte años mayor que Margaret, conservaba un don que ella creía haber perdido ya: no el poder creativo de la juventud, sino la confianza en sí mismo y el optimismo a ultranza. Estaba seguro de que éste es un mundo agradable.
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Veinte años mayor que Margaret, conservaba un don que ella creía haber perdido ya: no el poder creativo de la juventud, sino la confianza en sí mismo y el optimismo a ultranza. Estaba seguro de que éste es un mundo agradable.
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Margaret saludó a su prometido con peculiar ternura aquella mañana. Aunque ya era un hombre maduro, ella le ayudaría a construir el arco iris, el puente que une en nuestro interior la prosa con la pasión. Sin ese puente somos fragmentos sin sentido, mitad monos, mitad bestias, piezas inconexas que no logran formar un hombre. Con el puente, nace el amor, brilla en su cenit, luminoso frente al gris, austero frente al fuego. Feliz el hombre que ve bajo los dos aspectos la belleza de estas alas desplegadas. Los caminos de su alma están libres y él y sus amigos encontrarán la ruta fácil. Si él era una fortaleza, ella era la cima de una montaña: todos podían hollarla, pero la nieve le hacía recuperar cada noche su virginidad. Desdeñosa de las apariencias heroicas, excitable en sus métodos, charlatana, episódica y chillona, había engañado a su prometido como había engañado a su tía. Henry había tomado su fecundidad de espíritu por debilidad; la suponía «tan inteligente como todos la creen, pero no más», sin comprender que ella penetraba en las profundidades de su alma y aprobaba lo que encontraba allí. Si la vida interior fuera suficiente, si lo fuera todo, la felicidad de ambos estaría asegurada. + Leer más |
El joven enrojeció ligeramente. En su círculo, equivocarse era fatal. A las Schlegel, en cambio, no les importaba haberse equivocado, estaban realmente contentas de haber sido mal informadas. Para ellas nada era irremediable, excepto el mal.
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Para Margaret, esta vida constituía una fuerza real. No podía despreciarla, como aparentaban hacer Helen y Tibby. En esa vida florecen virtudes como la precisión, la decisión y la obediencia, virtudes de segunda categoría, sí, pero virtudes que han forjado nuestra civilización; virtudes que forjan también el carácter, Margaret no lo ponía en duda, impidiendo que el alma se ablande. ¿Cómo se atreverían los Schlegel a menospreciar a los Wilcox, cuando unos y otros son necesarios para construir un mundo?
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Era, ilógicamente, lo bueno, lo bello y lo verdadero, en contraposición a lo respetable, lo bonito y lo adecuado.
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La conversación inteligente le asustaba y difuminaba su delicada imagen; los interlocutores eran como un automóvil, todo traqueteo; ella, en cambio, era una brizna de trigo, una flor.
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—El dinero suaviza las aristas —dijo miss Schlegel—. Dios proteja a quienes no lo tienen. —¡Vaya! Esto es nuevo —dijo mistress Munt, que almacenaba ideas nuevas como las ardillas almacenan nueces y se sentía particularmente atraída por las ideas de quita y pon. —Hay que estar preparadas. —Nuevo para mí; las personas sensatas lo han sabido siempre. Tanto tú, como yo, como los Wilcox, vivimos sobre el dinero como sobre una isla. Está tan segura bajo nuestros pies que olvidamos su misma existencia. Solo cuando vemos tambalearse a alguien junto a nosotros nos damos cuenta de lo que significa una renta. Ayer noche, mientras hablábamos aquí, junto al fuego, yo empecé a pensar que el alma del mundo es la economía, y que el abismo más profundo no es la falta de amor, sino la falta de dinero. |
¿Es posible legar las posesiones del espíritu? ¿Tiene descendencia el alma? ¿Puede transmitirse la pasión por un olmo, una parra, una gavilla de trigo cubierta de rocío, cuando no existen lazos de sangre?
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Y si le engañaban, solía decir: «Es mejor ser engañado que ser suspicaz». Decía que el abuso de confianza es obra del hombre, pero el exceso de desconfianza es obra del diablo.
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Siempre le había preocupado algo. Siempre, desde que tenía memoria; siempre había algo que le distraía de la búsqueda de la belleza. Porque buscaba la belleza y, por ello, las palabras de Margaret revoloteaban en torno a él como pájaros.
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Es un poema épico griego compuesto por 24 cantos, atribuido al poeta griego Homero. Narra la vuelta a casa, tras la guerra de Troya, del héroe griego Ulises