Se volvió al Nini. Su mirada febril se concentraba en el niño expectante y ávida: —Nini, chaval —agregó—, ¿es que ya no hay remedio? —Según —dijo el chiquillo gravemente. —Según, según... ¿según qué? —El viento —respondió el niño. El silencio era rígido y tenso. Las miradas de los hombres convergieron ahora sobre el Nini como los cuervos en octubre sobre los sembrados. Inquirió el Pruden: —¿El viento? —Si con el alba vuelve el norte arrastrará la friura y la espiga salvará. La huerta ya es más difícil —dijo el niño. Pero ese remedio salvador casi se convierte, para el pueblo, en milagro profetizado y, de nuevo, se vuelven hacia su salvador: Y el Antoliano y el Virgilio izaron al Nini por encima de sus cabezas y voceaban: —¡Él lo dijo! ¡El Nini lo dijo! Y el Pruden, con la Sabina sollozando a su cuello, se arrodilló en el sembrado y se frotó una y otra vez la cara con las espigas, que se desgranaban entre los dedos, sin dejar de reír alocadamente. |