Él nunca entendería lo que era estar aprisionado, porque él era libre, libre simplemente para sacar las piernas del coche y caminar por el acantilado hasta alcanzar el océano tosco y estruendoso
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Él nunca entendería lo que era estar aprisionado, porque él era libre, libre simplemente para sacar las piernas del coche y caminar por el acantilado hasta alcanzar el océano tosco y estruendoso
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Me senté helada de frío en la roca húmeda, hasta que Nick se despertó y Frieda tiró de mí para que volviera a la realidad, era como todos los demás, tiraban de mí, y sin importar el precio querían que me alejase de mi euforia, lejos de la felicidad de mi propio corazón, no se me permitía ser feliz, no se me permitía creer en mi propia vida.
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Detendría la muerte, sería aún más vida, brillaría y reluciría, sería la chica diez estadounidense, la promesa de un futuro mejor. Todo dependía de mí. ¿Fue realmente así? ¿Fui enviada para mantener la muerte a raya? Cualquiera lo puede ver: es un peso que nadie puede arrastrar. ¡Nadie debería acarrear con él!
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Escribí hasta vaciarme las entrañas, hasta sentir que todo mi cuerpo era un arco curvado que lanzaba mi alma igual que se tambalearían las entrañas en el inodoro. Y aquí estaba el inodoro, aquí estaba la salvación, aquí estaba el papel. Brillaba, estaba encorvada porque me faltaba el aliento. No mires las palabras. No, no las mires hasta que estén escritas. Permanece en la escritura. No escuches los sonidos.
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Y el océano era el océano y el océano me agotaba: no era más que sal, algas y olas. Nada. Nada era como en mi cabeza, ese era el problema: en mi cabeza el océano era magia y paraíso porque representaba una imagen fija y a mí, Sylvia, me encantaba dirigir la vida de ese modo; ¿acaso no era maravilloso? Era maravilloso porque en mi cabeza albergaba toda la verdad.
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[...], si pudiese retenerlo de algún modo, jodido Ted, pero no puedo, tener sus hijos es mi única forma de rodearlo, de domesticarlo como él me ha domesticado a mí.
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Me arañé las entrañas con las largas uñas afiladas por mi mente. Me decapité en mi mente con un hacha grande y gruesa. Salté y pisoteé mi propio cuerpo. Hice trizas a Frieda. Cuando Ted volviese, ya no estaría aquí para él, no, lo destruiría todo, y entonces él tendría que ver cómo arreglárselas con las ruinas dejadas con las decisiones de su vida. Sylvia Plath en ruinas. Rompería todos los espejos. Quemaría todas las cartas de rechazo, y mis diarios, todo quedaría arrasado de un plumazo. Me desharía de todo, incluida yo misma.
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Estoy enferma, Ted, tú me has puesto enferma y me he roto en pedazos, así que lo mínimo que puedes hacer es quedarte aquí para mantener a raya esta locura, este astuto embarazo que me atonta y me ralentiza cuando quiero ser rápida, me afea cuando quiero ser la chica más preciosa de Dios sobre la faz de la tierra.
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Quería que la ley marcial de mi embarazo cayese también sobre el hombre. Ted. Era una tremenda injusticia con la que me veía forzada a vivir. El embarazo se extendía a mi alrededor como una espesa niebla de telaraña asfixiante, capa sobre capa hasta que apenas podía respirar y mucho menos reconocerme en el espejo. Tenía el cuerpo de otra, la cara de otra. Se esperaba que los pensamientos siguiesen siendo míos, pero, en realidad, desconfiaba de ellos y sabía que tampoco me pertenecían. Los pensamientos eran peculiares, eran invitaciones a las imágenes más banales que una conciencia abierta puede conjurar: un juego de té perfecto en un escaparate.
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Ted debería entenderlo, de verdad que Ted debería entender lo que hacía cuando me dejaba sola de este modo. El brillo hogareño del fuego que solía llenarme de ecuanimidad y algo parecido al sosiego no era más que un brillo letal cuando él no estaba. El brillo de la muerte. Cuando él no estaba, observaba mis ojos con detenimiento, mi cerebro, cosa que nadie me conociera bien debería permitirme hacer nunca. Debería estar prohibido dejar a Sylvia Plath sola consigo misma.
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¿Cuál fue la primera obra escrita en verso en lengua castellana?