Me disgustaban las mecánicas del pensamiento, el calambre de la repetición, el vacío que se abría cuando no había nada nuevo que cogiese velocidad y se expandiese. Pensé que, como mujer, yo sería eso nuevo para toda mi familia. Sería el circo y la lotería y la feria y el brillo reluciente de la luna nueva, sería el pintalabios, el polvo y la ternura del después. El abrazo abierto. La comida en la mesa, el coño caliente e irresistible. Los muslos en la oscuridad. Una especie de componente divino de materia prima, sin el que la vida no podría funcionar jamás. Yo sería lo que garantizaría el renacimiento eterno en nuestro hogar.
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