Euforia de Elin Cullhed
Quería que la ley marcial de mi embarazo cayese también sobre el hombre. Ted. Era una tremenda injusticia con la que me veía forzada a vivir. El embarazo se extendía a mi alrededor como una espesa niebla de telaraña asfixiante, capa sobre capa hasta que apenas podía respirar y mucho menos reconocerme en el espejo. Tenía el cuerpo de otra, la cara de otra. Se esperaba que los pensamientos siguiesen siendo míos, pero, en realidad, desconfiaba de ellos y sabía que tampoco me pertenecían. Los pensamientos eran peculiares, eran invitaciones a las imágenes más banales que una conciencia abierta puede conjurar: un juego de té perfecto en un escaparate.
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