En seguida me di cuenta que no me necesitabas. Hacíamos el amor como dos músicos que se juntan para tocar sonatas.
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En seguida me di cuenta que no me necesitabas. Hacíamos el amor como dos músicos que se juntan para tocar sonatas.
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Qué voy a escribir, para eso hay que tener alguna certidumbre de haber vivido.
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Para definir y entender habría que estar fuera de lo definible y lo entendible.
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Es cómodo creerse recuperable.
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Ningún llanto es eterno, las viudas se casan de nuevo.
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Aprender la unidad en plena pluralidad
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Durante mucho tiempo esperó un milagro, que el sueño que ella iba a contarle por la mañana, fuese también lo que él había soñado.
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Las nubes aplastadas y rojas sobre el barrio latino de noche, el aire húmedo con todavía algunas gotas de agua que un viento desganado tiraba contra la ventana malamente iluminada, los vidrios sucios, uno de ellos roto y arreglado con un pedazo de esparadrapo rosa. Más arriba, debajo de las canaletas de plomo, dormirían las palomas también de plomo, metidas en sí mismas, ejemplarmente antigárgolas. Protegido por la ventana el paralelepípedo musgoso oliente a vodka y a velas de cera, a ropa mojada y a restos de guiso, vago taller de Babs ceramista y de Ronald músico, sede del Club, sillas de caña, reposeras desteñidas, pedazos de lápices y alambre por el suelo, lechuza embalsamada con la mitad de la cabeza podrida, un tema vulgar, mal tocado, un disco viejo con un áspero fondo de púa, un raspar crujir crepitar incesante, un saxo lamentable que en alguna noche del 28 o 29 había tocado como con miedo de perderse, sostenido por una percusión de colegio de señoritas, un piano cualquiera. + Leer más |
“Música, melancólico alimento para los que vivimos de amor”.
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Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo
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Como agua para chocolate