El archivo de Sherlock Holmes

Como mi amigo Watson ha podido hacer notar, poseo una agudeza anormal en mis sentidos.

El bueno de Watson me había abandonado para seguir a una esposa, único acto egoísta suyo que recuerdo del tiempo en que estuvimos asociados. Yo estaba, pues, a solas.

Ya que hablo de mi viejo amigo y biógrafo, aprovecharé la oportunidad para hacer notar que, si en mis variadas y pequeñas pesquisas, echo sobre mí la carga de un acompañante, no lo hago ni por sentimentalismo ni por capricho, sino, porque Watson posee algunas notables características propias, a las que no ha concedido importancia, llevado por su modestia y el aprecio exagerado que tiene por mis propias realizaciones.

Rara vez soy elocuente. Yo manejo mi cerebro, no mi corazón.

Siga su propio camino y déjeme a mí seguir el mío.

La afabilidad de ciertas personas es más mortal que la violencia de otras almas de mayor rudeza.

El corazón y la inteligencia de las mujeres son para nosotros, los hombres, enigmas insolubles.

Una personalidad compleja. Todos los grandes criminales la tienen.

Estoy acostumbrado a que un extremo de mis casos esté envuelto en misterio, pero que lo estén los dos resulta demasiado expuesto a confusiones.