La puerta del número 19 se abrió y una muchacha salió corriendo con la velocidad de una bomba volante. El parecido era realzado por el chillido que acompañaba su avance. Era un alarido agudo, singularmente inhumano. La joven cruzó la verja y chocó contra mí con tal violencia que casi me derribó al suelo. No fue sólo un tropezón. La chica se aferró a mí, se aferró con auténtica desesperación.
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