A veces, las pequeñas revelaciones son las que más nos dicen de nosotros mismos.
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A veces, las pequeñas revelaciones son las que más nos dicen de nosotros mismos.
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Cada uno nace donde le da la gana, porque somos del lugar al que pertenece nuestro corazón.
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El dolor, cuando llega tan de pronto, entra por los poros de la piel. No puedes tragarlo con un poco de agua. Se mete bajo las uñas y te recorre cada rincón del cuerpo y la cabeza adueñándose de todo. Sin pedir permiso, imponiéndose y paralizándote por momentos.
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Es el amor personal el que lo puede todo. El amor por uno mismo.
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El dolor no se va tan fácilmente. De hecho, empiezo a pensar que no se va nunca. Pero se transforma. Cambia. Adaptas tu vida al dolor y se suaviza tanto que te deja respirar y disfrutar de los días, aunque algunas noches aún se hagan eternas.
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A veces, lo más bonito es tener con quien esconderte en un baño, alguien con quien tomar chocolate caliente y un hombro en el que apoyarte, pase lo que pase.
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Puede que seamos intensos, desmedidos y nos saltemos la línea de lo normal a menudo, pero cuando nos necesitamos, sabemos estar. Siempre.
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Creo que la historia de Nil y Aza es de esas historias que están destinadas. De las que tienen que suceder para que la gente siga pensando que el mundo tiene cosas muy buenas y hay amores que todo lo pueden.
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Cuando puedes tener cualquier cosa en el mundo, menos la libertad, aprendes rápido que no merece la pena. Porque las jaulas, aunque sean de oro, siguen siendo jaulas.
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¿Sabes lo bueno de los días malos? Que no son eternos. Duran 24 horas, no más. Y entonces empieza uno nuevo.
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