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Encarna Castejón (Traductor)
ISBN : 8433968955
328 páginas
Editorial: Editorial Anagrama (30/11/-1)

Calificación promedio : 4/5 (sobre 1 calificaciones)
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Críticas, Reseñas y Opiniones (1) Añadir una crítica
Guille63
 06 March 2023
“Es bueno que sea usted reaccionario. Todos los grandes escritores son reaccionarios Balzac, Flaubert, Baudelaire, Dostoievski, todos reaccionarios. Pero también hay que follar, ¿eh?”

Se comulgue o no con él, hay que reconocerle que nunca aburre, que dice cosas bastante interesantes y que lo hace de una forma sumamente atractiva.

Houellebecq, o los personajes de Houellebecq (no sé cuánto de todo lo que aquí se dice está en su pensamiento y qué parte es parodia de esta sociedad desquiciada que retrata, una ambigüedad que posiblemente sea buscada) empieza afirmando que la naturaleza es, en esencia, perversa y con una ingeniería genética francamente mejorable.

“En conjunto, la naturaleza salvaje era una porquería repugnante; en conjunto, la naturaleza salvaje justificaba una destrucción total, un holocausto universal; y la misión del hombre sobre la Tierra era, probablemente, ser el artífice de ese holocausto.”

Y entre toda la abyección de la naturaleza, es el hombre (y pienso que el autor no usa el sustantivo como genérico de ser humano) quién se lleva la palma: “Homo homini lupus”, algo totalmente verificable desde la niñez.

“La brutalidad y la dominación, corrientes en las sociedades animales, se ven acompañadas ya en los chimpancés (Pan troglodytes) por actos de crueldad gratuita hacia el animal más débil. Esta tendencia alcanza el máximo en las sociedades humanas primitivas, y entre los niños y adolescentes de las sociedades desarrolladas.”

Vamos, que el hombre nace malo y quién debería atemperar sus impulsos, la sociedad, los hace aún peores. Y a partir de aquí sale el Houellebecq más reaccionario, el que nos dice que es nuestra sociedad, la proveniente del pensamiento «progresista» de los años sesenta, setenta, ochenta y noventa, la que encumbró a la juventud en lo más alto de la pirámide social y destruyó los preciosos valores morales de las generaciones anteriores con su “afirmación integral de los derechos del individuo frente a todas las normas sociales, a todas las hipocresías que según ellos constituían la moral, el sentimiento, la justicia y la piedad”, acelerando así de forma irreversible el proceso de corrupción de esta sociedad que ya empezó mucho antes, cuando occidente eligió el camino equivocado, “sacrificándolo todo (su religión, su felicidad, sus esperanzas y, en definitiva, su vida) a esa necesidad de certeza racional”. La religión perdió su fuerza como fuente explicativa del mundo y “ninguna sociedad es viable sin el eje federador de una religión cualquiera”. Toma ya.

“En otras épocas el ruido de fondo lo constituía la espera del reino del Señor; hoy lo constituye la espera de la muerte. Así son las cosas.”

Dos mediohermanos son los encargados de encarnar estas ideas sobre la cultura «joven», que el autor identifica con sexo y violencia, y la devoción por la ciencia moderna que “conlleva la individuación, la vanidad, el odio y el deseo” y que devoran poco a poco a todos los seres que no tienen como evitar el ineludible camino de la invalidez, la enfermedad y la muerte. Ambos hermanos fueron abandonados por sus madres, quedándose al cuidado de sus abuelas, y pretenden ser la clara evidencia de las nefastas consecuencias del abandono de los valores y de la familia tradicional: uno está obsesionado con el sexo y es asquerosamente reaccionario, y el otro es prácticamente asexual y asentimental, con una visión fría, “mecánica y despiadada” de la vida. Ambos infelices, ambos desagradables a su modo.

“En todos los aspectos, control genético, libertad sexual, lucha contra el envejecimiento, cultura del ocio, Brave New World es para nosotros un paraíso, es exactamente el mundo que estamos intentando alcanzar…”

El sexo será el sustituto posible, que no gratificante, de un amor inalcanzable, y la belleza y la juventud sus condiciones necesarias. Es por eso que el terror a envejecer nunca ha sido más intenso y generalizado que en la actualidad. Ni la muerte es más temida que la vida en un cuerpo deteriorado o no deseado.

“… llegará un momento en que la suma de los placeres físicos que uno puede esperar de la vida sea inferior a la suma de los dolores… Este examen racional de placeres y dolores, que cada cual se ve empujado a hacer tarde o temprano, conduce inexorablemente a partir de cierta edad al suicidio.”

La mujer es quién más sufrirá este estado de cosas (“… viven muchos años y sufren mucho… Pero siguen adelante, porque no logran renunciar a ser amadas. Son víctimas de esta ilusión hasta el final. A partir de cierta edad, una mujer siempre tiene la posibilidad de frotarse contra una polla; pero ya no tiene la menor posibilidad de ser amada”), y las que con su liberación sexual fueron parte del problema (“Nunca he entendido a las feministas... En pocos años conseguían transformar a los tíos que tenían al lado en neuróticos impotentes y gruñones. Y en ese momento, era matemático, empezaban a tener nostalgia de la virilidad”). Pero no son las que salen peor paradas, de hecho, a la mujer, a un tipo concreto de mujer, la baña en piropos (dulces, amables, cariñosas, compasivas, razonables, inteligentes, trabajadoras…). de los hombres todo lo que resalta es malo: su grotesca vanidad, su irresponsabilidad, su violencia innata, los considera incapaces de amar y los acusa de conocer únicamente el deseo, “el deseo sexual en estado puro y la competición entre machos”. Solo hay que comparar a los dos personajes masculinos de la novela con sus sacrificadas parejas.

La solución a este estado de cosas… bueno, esa la dejaré para que la descubran ustedes. Por radical e inhumana que les parezca, posiblemente, de existir, la solución no esté muy alejada de la que él anticipa, lo que no es en absoluto descartable en un futuro no excesivamente lejano.

En fin, la novela me ha gustado, más que en mi lejana primera lectura. Aunque me ha escandalizado más de una vez con su incorrección política y su cinismo, que no con el sexo y la violencia sin ser poca, y aunque pienso que se equivoca muy mucho en algunas de sus afirmaciones, no en todas, me ha hecho reflexionar y, debo confesar, también me ha divertido con algunas de las patéticas escenas en la que mete a sus protagonistas: le añado una estrellita a mi anterior puntuación.
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En Merca, su primera novela, Loyds construyó a un protagonista despreciable (Johnny, un odiador serial cuyo combustible principal es la cocaína). En su spin off el autor se enfocó –como anunciara su título– en La mamá de Johnny. Un mismo universo, el de un estrato social acomodado que intenta mantener sus privilegios con uñas y dientes, y una misma familia con sus consumos problemáticos, narrados desde dos puntos de vista diferentes. Ahora nos presenta a Pichón, el hermano menor de la casa, un personaje reaccionario al que le encanta caminar por la cornisa, provocar, como el que cuenta chistes en un velorio esperando que todos digieran su humor negro, un ser machista, rancio y violento, que se resiste a los cambios de paradigma estaqueado a un tradicionalismo aún mayor que el de sus ancestros de alta alcurnia. Tras los sucesos de Merca y La mamá de Johnny llega la esperada tercera novela de Loyds, que viene a completar la trilogía familiar, a través de la cual ejecuta un ácido retrato de esta clase social poco frecuentada por la literatura argentina contemporánea. Trilogía que puede leerse completa o en partes, junta o separada, y en cualquier orden. Como ha dicho recientemente el maestro de escritores Santiago Llach: “Loyds armó unas novelas a la mandíbula en las que retrata con la voz dislocada de un Holden Caulfield crecido y porteño a nuestra querida clase alta”. “La obra de Loyds, veloz, repulsiva y delirante, abreva de Bret Easton Ellis (Menos que cero, American Psycho). También de otras altas voces sádicas del vacío existencial, como Chuck Palahniuk (El club de la pelea), Edward St Aubyn (la saga de Patrick Melrose) y Michel Houellebecq (El mapa y el territorio; la reciente Aniquilación)... Desde ahí, describe otra Argentina del sinsentido, en el nervio de la ciudad, en una clase desatendida, con personajes que funcionan a fuerza de ansiolíticos, apariencias y excesos, y que perturban tanto que al final conmueven”.
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