Soy adulto, es decir, imbécil, es decir, cansado, mi vida está definitivamente acabada, pero hago lo único que me queda por hacer, es decir, deslizar miradas lúbricas y febriles por el edificio-telón, por el diafragma de mi cuerpo, como un voyeur de mi propia vida, como si, al igual que los moluscos, hubiera sido hembra la mitad de mi vida y fuera luego macho, como si pudiera fecundarme a mí mismo a través del bloque perineal. Voyeur de mi infancia y de mi adolescencia, intentando adivinar qué sucede tras las persianas, corriendo de una ventana a otra, interpretando erróneamente lo que adivino en la penumbra, [...].