Él no necesitaba las palabras, solo un espacio en el que sentir lo que tenía que sentir, conmigo presente para recordarle que no estaba solo.
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Él no necesitaba las palabras, solo un espacio en el que sentir lo que tenía que sentir, conmigo presente para recordarle que no estaba solo.
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Tocaba como si la música fuera su sangre y se estuviera esparciendo por las calles de Nueva Orleans. Lo estaba arriesgando todo, lo estaba dando todo por su música. En ese momento, me di cuenta de que nunca lo había dado todo por algo. No como él; no de ese modo.
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-Tú eras, eres y serás siempre mi jazz. Eres el ritmo, las notas y los compases. Eres la letra, la armonía y la melodía. Eres y siempre serás mi canción favorita.
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Elliot me abrazó y curó las partes de mí que siempre fingía que no estaban rotas. Cuando su piel tocó la mía, nos fundimos y unas vendas temporales me cubrieron todas las heridas.
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-A veces me cuesta estar cerca de ti -susurró. -¿Por qué? Frunció el ceño y dijo, todavía más bajo: -Porque haces que me lata el corazón. -¿Y que tiene eso de malo? Se encogió ligeramente de hombros. -Cuanto más late, más fácil es que se rompa. Eres increíble, Jasmine. Llevo seis años muerto y, de pronto, apareces tú y me recuerdas lo bien que sienta estar vivo y cómo es volver a respirar. |
No puedes obligar a alguien a quererte, a estar orgulloso de ti ni preocuparse por ti. Lo único que tienes es el poder sobre tu alma y el poder de descubrir lo que hace que te lata el corazón.
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Eres la música en un mundo mudo. Eres la letra de todas las canciones. El corazón me late porque tú estás aquí |
Tenía un saxo entre las manos y tocaba como si fuera a morir si la música no era perfecta. Por suerte para él, era más que perfecta.
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Cuando pensaba en mi casa, no pensaba en un sitio, sino en personas. En las que nos convertían en quienes estábamos destinados a ser, en las que nos querían con nuestras cicatrices y nos decían que esas cicatrices eran bonitas y en las que nos dejaban cometer errores y nos seguían queriendo.
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Las cosas que queremos de verdad siempre están con nosotros, encerradas en nuestro corazón mientras nos quede vida.
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Una oda de Friedrich Schiller se escucha al final de su última sinfonía cantada por un coro.