He vivido para ver la hora del adiós de aquella que yo habría muerto por salvar; para contemplar con calma que le faltaba el aliento, deseando que cada gemido fuera el último, anhelando ver la sombra de la muerte caer sobre esas amadas facciones |
He vivido para ver la hora del adiós de aquella que yo habría muerto por salvar; para contemplar con calma que le faltaba el aliento, deseando que cada gemido fuera el último, anhelando ver la sombra de la muerte caer sobre esas amadas facciones |
Que mi última recompensa sean entonces las palabras que dan al mundo regocijo: la voz del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: "¡Siervo de Dios, qué bien lo has hecho!" |
Llévame a climas remotos y extraños donde la vida excitante, los cambios continuos, la acción palpitante y el trabajo incesante hurgarán, voltearán, cavarán el suelo del espíritu |
Yo sólo he sido tu flor transitoria, tú eras mi dios divino |
No despotriques, no te encolerices, la ira no da fruto, la furia no me hará cambiar de opinión, antes bien creeré que un sentimiento que así gira, al soplo de la pasión, carece de raíces |
Trabajar, pensar, anhelar, apenarse: ¿es ése mi destino futuro? Si la mañana fue lúgubre, ¿también la tarde tendrá que ser desolada? Al menos tal género de vida hace a la Muerte un amigo bienvenido y deseado. ¡Ayudadme entonces, Razón, Paciencia, Fe, a sufrir hasta el final! |
Yo no quería ni sonreír ni llorar, ni alegría brillante ni amargo dolor, sino solo una canción que dulce y clara, aunque triste tal vez, pudiera fluir |
Está pensando cómo esas nieves se derritieron con el primer calor de la primavera y cómo el recuerdo de su hermana ahora se desdibuja como se desdibuja un sueño. La nieve volverá a blanquear la tierra, pero Emma no volverá. Ella ha abandonado, entre el aguanieve y la lluvia del invierno, este mundo y ha partido hacia el lejano Cielo. |
¡Con qué rapidez se mueven sus dedos! ¡Con qué entusiasmo su semblante juvenil se inclina sobre sus pensamientos! |
Las palabras a veces no son más que un débil eco de los pensamientos que la mente concibe |
Marinero en tierra