El equilibrio de los tiburones

La intención de sobrevivir del ser humano no es una condición, es una necesidad, una fuerza a la que agarrarse desesperadamente para poder continuar en la vida y dentro de ella.

Una extraordinaria metáfora de la vida que nos empuja a sumergirnos en las vicisitudes de la protagonista, Sofía.

Es, por tanto, un gran retrato de la joven turinesa, que lucha por llevar adelante su vida, llena de complejas relaciones afectivas, depresiones y la búsqueda del difícil arte del equilibrio.

Se siente como si la hubiesen tirado al mar, encontrándose rodeada de tiburones, que, a veces se muestran amenazadores, y otras le parecen más afines, aunque nunca sabe cómo se comportarán.
Todo ello en contraste con el mundo de los tiburones, que su padre estudia, investiga y filma en Sudáfrica, donde trabaja para el National Geografic.

Sofía tiene que afrontar desde pequeña, la pérdida de su madre que la marcará durante toda su vida, así como en sus relaciones amorosas, que están llenas de conflictos y frustraciones, un fracasado matrimonio y la búsqueda de un equilibrio emocional que no encontrará.

En realidad, nos encontramos ante un viaje, pero en este caso, es un viaje hacia el abismo interior y a la oscuridad, ya que nos relata y nos refleja con gran acierto y destreza un terrible asunto, que es el de la depresión.

Desconcierta ya desde el inicio, ya que empieza con su intento de suicidio, además, las personas que se cruzan en su vida también son personajes psicológicamente inestables, así como su propia madre, que a través de las cartas que va leyendo de ella, la propia Sofía va sumergiéndose más en abismos interiores que la llevan poco a poco, y conforme avanza la propia inestabilidad emocional de su madre, hasta el suicidio, a su propio intento de suicidio.

Conforme avanza la novela y es más conocedora de los sentimientos y vida de su madre, más se acrecienta su propia fragilidad y desequilibrio.

En definitiva, es una lucha desesperada por conseguir el equilibrio, que se nos presenta en el título, que no es ni más ni menos que una alegoría del destino en soledad de los tiburones así como un gran y fiel retrato del gravísimo problema de la depresión.

Algunos párrafos reflejan perfectamente lo que se experimenta en los estados depresivos o de angustia vital.

La madre, una estudiosa de Sylvia Plath, es citada en varios momentos, así como otras mujeres que se suicidaron como Amelia Rosselli, Antonia Pozzi o Alfonsina Storni. La reiteración constante en la idea del suicidio persiste y no decide abandonarla hasta el final.

Una novela intensa y variedad de registros. El suicidio, la fragilidad de las relaciones y la inestabilidad psicológica planea por toda la obra.

Nos lo dijo el gran Hermann Ludwig Ferdinand von Helmholtz del siglo XIX, un médico y físico alemán que realizó importantes contribuciones en numerosas áreas de la ciencia y de la filosofía, hoy muy tenidas en cuenta por reputados científicos como la idea de que la percepción es en realidad, un proceso de inferencia inconsciente, la función del cerebro no es percibir el mundo sino predecirlo.

Así pues, las situaciones, harto dolorosas, en la infancia y juventud pueden devenir en una vida llena de trampas en las que caer, y cuyo cebo, no es otro que una realidad anterior ha creado.

Me atrevería, después de leer este libro, a afirmar que esta es la realidad de Sofía, una amalgama de dolor que no podía dar algo que no fuera más dolor, mas destrucción , más desánimo en un mundo que aún sin ese previo, ya sería difícil.

No obstante, parece que la vida de alguna manera, no sabemos cómo, acaba imponiéndose y podemos decir con la autora que el final de Sofía es esperanzador y Turín resplandece de nuevo.

Una excelente novela.