Veinte minutos de silencio

Veinte minutos de relax. Lo que dura un buen baño. Aunque, también, veinte minutos pueden estar llenos de silencio, de miedo, de ambición, de errores, de culpas... de todo eso que parece, pero no es. Aún en menos tiempo somos capaces de juzgar y de pensar que es nuestra potestad llevarlo a cabo. Tal vez aquello que tanto respetamos, sean los valores establecidos o la mesocracia, que se han acomodado en sus poltronas únicamente por ser quiénes son. del mismo modo que tenemos perfectamente asumido que por haber tenido un hijo ya ejercemos como padre o madre. La vida, siempre sorprende, en demasiadas ocasiones para el horror.

Veinte minutos de silencio (dosmanos, 2020), de Hélène Bessette (1918-2000), fue publicada por Gallimard en 1955 y en 2017 por le nouvel Attila, fascinando a autores como Raymond Queneau o Marguerite Duras. La obra, poética y sorprendente, pero también brutal, está dividida en cinco partes: «Atmósfera», «Poema de los datos», «Poema de las preguntas», «La angustia» y «Poema de las soluciones».

En esta original novela, en la que prima la experimentación formal y estilística, mezclando prosa y verso, diferentes ritmos a través de los sangrados o lo signos de puntuación, se nos presenta un crimen. Pero nada es lo que parece. Bessette nos invita a preguntarnos quién es el criminal. ¿Se trata de la mujer, del hijo, de la criada o, quizá, del propio muerto? Y los lectores nos quedamos ahí, atrapados, en esos veinte minutos que no han terminado aún.
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Un padre asesinado. Un niño. Una madre. Un revolver. Veinte minutos de silencio que lo cambian todo. ¿Quien es el culpable? ¿El niño? ¿La madre? ¿El propio padre? Esta novela de Hélène Bessette y editada por Editorial Dosmanos no tiene nada de convencional. Lo que de primeras puede parecer un thriller, desde las primeras páginas te das cuenta de que es algo muy distinto, de que es mucho más. El asesinato es la excusa de la autora para preguntarse(nos) cosas sobre las relaciones familiares y las familias desestructuradas, sobre las infidelidades, sobre padres que no quieren a sus hijos y cómo estos hijos llegan a comprender que no son queridos por sus padres.

La escritura poética de Bessette me sorprendió, y reconozco que al principio hizo que me costase un poco entrar en la historia, pero enseguida sentí que me engullía en su ráfaga de interrogantes, de palabras repetidas y de reflexiones inesperadas. Porque al final el asesinato es lo de menos, y lo que engancha es todo lo que le rodea, los porqués, esos que vienen de años atrás y que no se fraguan de la noche a la mañana.

Me gustaría decir mucho más, pero empezaría a destripar cosas del libro que prefiero que descubráis por vosotrxs mismxs. Solo puedo decir que es la primera vez que leo a Hélène Bessette, pero no será la última, porque tiene algo que atrapa. Leerla ha sido una auténtica experiencia.

“Veinte minutos de silencio” podría considerarse una novela negra ya que hay un asesinato y unos sospechosos. Y veinte minutos de silencio desde que un padre es asesinado; y una madre, hijo y criada avisan de lo ocurrido ¿Qué pasó en esos veinte minutos de silencio? ¿Quiénes son los culpables y quiénes las víctimas?

Helène Bessete a través de una especie de prosa poética y una estructura telegráfica basada en la repetición de frases y palabras, crea una novela donde lo importante no es el asesinato en sí, sino el trasfondo del crimen: qué motivos pueden llevar a alguien a matar y por qué nos obsesionamos en querer establecer una verdad absoluta cuando ni quiera los propios implicados saben qué le llevaron a actuar como lo hicieron.

Pero la autora da un paso más y nos deleita con la hipocresía de una sociedad que juzga y establece hipótesis sobre una familia sin conocer lo que hay detrás, o por el contrario magnificar las bondades de de un padre, una madre y un hijo por las apariencias que se muestran en el exterior.

Sin duda, “Veinte minutos de silencio” es una novela muy original y con reflexiones interesantes pero de la que no he disfrutado al cien por cien. He de reconocer que me costó muchísimo entrar en la historia y entender qué quería contar la autora. Y aunque una vez que entras en ella y te acostumbras a esa narración se lee de manera ágil , no me llegó a convencer del todo la escritura en verso ni su estructura telegráfica.

«Después de todo, vivir es saber orientarse dentro del laberinto de las mentiras y las verdades. Si todo fuese verdad o todo fuese mentira, no merecería la pena seguir adelante».

Esta historia es todo un juego de escala de grises. Un ejercicio de degradado en carboncillo, todo se difumina y se mezcla y no hay buenos buenos ni malos malos, o quizás sí, quizás el bueno es el malo y el malo es el bueno.

Imposible para mí explicarlo mejor. El suceso: un asesinato. Un padre muere, hay veinte minutos de silencio y luego se desata el drama. Y la autora va y viene, da vueltas sobre las certezas y las apariencias usando una de las formas de narrar más peculiares que he visto hasta ahora, y lo cuestiona TODO. Especialmente, la relación filial. Qué es ser un buen padre, una buena madre. Pero cuidado que no hay respuestas. Solo gama de grises que se extiende hasta el infinito.

Inclasificable, oscuro y extraño. Pero qué bueno haberlo descubierto.