Del mismo modo que el perdón es un gesto más soberano que el castigo, a veces le parece que en ella la honestidad esconde un vicio más censurable que la codicia.
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Del mismo modo que el perdón es un gesto más soberano que el castigo, a veces le parece que en ella la honestidad esconde un vicio más censurable que la codicia.
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Donde para la mayoría de la gente no hay más que cemento o ladrillo, para ella hay cuerpos, caracteres, una carne íntima y moldeable. Y sin embargo, a diferencia de las casas, las personas que viven en ellas le parecen casi siempre irreales, sus sentimientos y rostros, inaccesibles. Tal vez, ha llegado a pensar, las casas son solo un pretexto, un puente para tocar aquello que no puede tocar en las personas.
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Solo los vivos tienen la posibilidad de ser incoherentes, piensa ella, la muerte condena a la incoherencia.
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Pero, ¿qué es una convicción? No es más que un pensamiento que se detiene.
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Piensa que tal vez algunos de esos juegos o restos de juegos están ahora en la formulación de cada uno de esos gestos que el niño repite, como la piedra diminuta está contenida en la cordillera de la que fue parte, o la frase condensada de un verso, en el magma de todas las posibilidades de la lengua y los sentimientos que puede enunciar.
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No siente amor ni desamor. No siente nada. Es como si hubiese disparado al aire sin mirar y un segundo después hubiese visto un cóndor a sus pies. Luego, cuando se sostienen la mirada, les cubre una ola. Piensa que los hombres como él se pasan la vida huyendo de esas situaciones, por eso siempre las afrontan mal, y que las mujeres como ella se pasan la vida esperándolas, por eso siempre tienen la sensación de que ya han sucedido.
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Es como si en los afectos, igual que en los cuerpos, hubiera distintas etapas de movilidad y no se pudiera llegar a una sin haber cruzado la anterior.
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La muerte es persistente, pero la vida más.
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Allí vivió alguien infeliz, ¿por qué? Porque el parqué no está quemado bajo la ventana del salón, señal de que nadie abrió esa cortina. Allí vivió alguien dichoso, ¿por qué? Porque se cocinó primorosamente en ese horno gastado. Puede que se equivoque, no importa demasiado. Lo importante es que, incapaz como es para tocar a las personas en su vida real, las toca en esos estadios intermedios; en los restos de un olor, en las paredes donde se dejó los ojos un opositor, en el baño en que lloró la adolescente, en la sombra en que se apoyó una cabeza al dormir durante años.
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Piensa en las casas de un modo superior al de las personas que las habitan. Al fin y al cabo, no es tanto una cuestión de existir, como como de perseverar en la existencia. Las casas -le gusta añadir a veces- deben de reírse de la ilusión de que sus dueños las poseen. Nada se lo recuerda tanto como el hecho de estar ahí en esos momentos en que han quedado vacías, cuando los inquilinos acaban de marcharse pero su vida reverbera todavía y las sombras aún muestran dónde colgaban los cuadros o reposaban los muebles, qué lado estaba más transitado en el pasillo, qué azulejo del baño se caía a perpetuidad. Le bastaba asomarse al dormitorio para saber qué lado de la cama recibía siempre el sol al amanecer, entrar en una casa para percibir algo ofuscado en ese recibidor que, sin embargo, es necesario cruzar para entrar en la cocina.
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¿En qué año se publicó?