Joaquín, en cambio, me ha dicho varias veces que Teresa le ofrecía una jaula de oro con rejas de seda, seguramente, o con grilletes ingrávidos y con permisos de salida muy frecuentes («libertad bajo palabra», decía él), pero que de todos modos el matrimonio, la familia eran un ambiente que, por su misma suavidad y por su tibia y monótona serenidad, lo asfixiaba. El paraíso, insistía, tan solo puede ser temporal, intermitente, porque si no se vuelve como un postre perpetuo o un eterno domingo. La vida amena amenaza todo el tiempo con empalago o con aburrimiento.