No quería poner fin a ese beso robado que, a pesar de no saberlo, era todo lo que había deseado en esta vida y puede que también en la anterior.
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No quería poner fin a ese beso robado que, a pesar de no saberlo, era todo lo que había deseado en esta vida y puede que también en la anterior.
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Cuando sonreía, toda la habitación se convertía en primavera.
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Puede que fuesen los ojos. Sin duda debía ser su mirada, que sin palabras rogaba por auxilio, uno que cuando Lian fue joven no supo prestar, pero que ahora estaba dispuesto a entregar hasta las últimas consecuencias. Seguramente Yulong ignoraba que cada partícula de su ser suplicaba para que alguien estuviera a su lado y lo rescatara del abismo.
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Nadie entendería que, para él, ponerse frente a un plato era volver a tener cinco años y que los monstruos royeran sus pequeños dedos mientras intentaba almorzar, mientras él seguía con las tripas rugiendo y los ojos llenos de lágrimas. Comer significaba regresar a la debilidad, al crío que desde dentro gritaba para que alguien le salvara de ese mundo de demonios y que solo recibía miradas de lástima y miedo de sus padres, incapaces de comprenderlo, mucho menos de ayudar. |
Gregorio Samsa es un ...