Reencarnación de Roser A. Ochoa
Nadie entendería que, para él, ponerse frente a un plato era volver a tener cinco años y que los monstruos royeran sus pequeños dedos mientras intentaba almorzar, mientras él seguía con las tripas rugiendo y los ojos llenos de lágrimas. Comer significaba regresar a la debilidad, al crío que desde dentro gritaba para que alguien le salvara de ese mundo de demonios y que solo recibía miradas de lástima y miedo de sus padres, incapaces de comprenderlo, mucho menos de ayudar. |