Chamanes eléctricos en la fiesta del sol

Entre viajes lisérgicos, mística, la confluencia de lo telúrico y lo cósmico, y ecos de Friedrich Nietzsche y H.P. Lovecraft, Mónica Ojeda compone una obra coral narrada por los diferentes personajes que orbitan en torno a Noa, cuya historia nos llega en fragmentos a través del testimonio de los otros. del relato de Nicole, la voz que vertebra la novela, a los cuadernos que escribe el padre, pasando por un coro de cantoras y las voces de los compañeros que las amigas conocen en el festival, Chamanes eléctricos en la fiesta del sol encuentra en este modo indirecto y caleidoscópico de narrar la manera de sostener un misterio que no se acaba de descifrar. Aquello que no se dice, acaso porque carece de nombre o porque ponerlo en palabras duele demasiado, está en el núcleo de una novela donde, como escribe el padre, «el silencio le da espacio a un lenguaje sincero y generoso». Ojeda transita ese silencio explorando lo que habita en él: el miedo, el abandono y la vulnerabilidad de un grupo de jóvenes a los que la violencia se empeña en quitarles la juventud antes de tiempo. Para fans de la Ojeda.

Hoy os traigo una de las reseñas que más me ha costado escribir. Las manos que soñaron una historia vuelven a dar forma al barro primordial. Las fronteras entre géneros literarios estallando por los aires. Una paradoja llena de mística, pasión y de volcanes. Hoy os traigo el porqué Mónica Ojeda se gana día tras día, libro a libro, su lugar entre las voces más influyentes en la literatura moderna.

Hoy, analizamos a sus Chamanes eléctricos en la fiesta del sol.
Encontramos una narrativa sostenida por una prosa soberbia. Ojeda nos guía hacia un viaje de dolor, hacia una transformación. La redención en la música y en el perdón inalcanzable hacia uno mismo. Una huida hacia ninguna parte: Una huida hacia adentro, hacia el corazón de los volcanes, hacia el corazón de la Tierra y de la música como único refugio. Personajes que le enseñan los dientes a la vida, que luchan por vivir, o al menos por seguir vivos cuando todo a su alrededor es una amenaza. Cuando no hay un solo lugar donde guarecerse. Porque, como dice su autora, el hogar no es un sitio físico sino una emoción. Chamanes eléctricos en la fiesta del sol es eso mismo: una emoción que late, que se siente húmeda en el estómago. Igual que el corazón latiendo en el vientre de Pamela. Igual que el Diabluma dentro de Mario. Algo demasiado grande y pegajoso que permanece en los dedos y en la memoria incluso después de la última página.

Esta es también la historia de los contrapuntos. Una historia de silencios y de ausencias.
De un padre ausente, de otro padre que se queda. de la envidia que da el no tener y poner en una balanza las heridas propias y las de los demás. Una novela que también se cuenta en los espacios en blanco, en el lugar vacío que deja el pasado en la vida de sus personajes.

Una novela que hace del baile y de la música un propósito, quizá lo único que le queda a los personajes: bailar hasta que el mundo se pare, o hasta que paren sus vidas en esa emoción perpetua de la que hacer un hogar.

Porque «un corazón es un refugio. Un refugio breve en el que la música baila.»