Hamnet no es la gran novela que muchos dicen, ni siquiera es, en mi opinión, una buena novela, solo es la prueba del mucho oficio que tiene la autora pero de ningún modo demuestra que también posea talento. Bien es posible que, como he comprobado con bastante frecuencia, me haya pasado como a esas personas que, tras una mala primera impresión al conocer a alguien, todo lo que diga y todo lo que haga a continuación será visto con malos ojos, todo serán aviesas razones, malas las intenciones, pocas las críticas. Quizás, por eso, no muchas páginas mediante, y con la reciente y medio decepcionante lectura de «La extraña desaparición de Esme Lennox», empecé a leer en diagonal, todo me parecía soso, sin sustancia, superfluo. Tanto es así que ni siquiera en los momentos más dramáticos, y el hecho en cuestión es uno de los más dramáticos que se pueden experimentar en la vida, consiguió remover algo dentro de mí. Quizás fuera eso, como digo, aunque no lo creo. No entendía, y no llegué a entender una vez terminada la novela, cuál era la intención de la autora: ¿un relato de ese trágico suceso que a todos nos amenaza y nos aterra? De ser así, no consigue dotarlo de la poesía o la carga dramática que ello requiere. ¿Avisarnos de que siempre es una posibilidad que nos acecha (“Lo que se nos da se nos puede quitar en cualquier momento, la crueldad y la devastación nos aguardan a la vuelta de cualquier esquina... La cuestión es no bajar nunca la guardia. No creer nunca que se está a salvo”)? No creo que una vida con la consciente y constante amenaza de un peligro nos proteja de ninguna forma y sí que nos haría más infelices, siendo una pesada carga cuando esa sensación es inevitable por las circunstancias. ¿Dar voz al hijo o hijos de Shakespeare, como le he leído en alguna entrevista? ¿Qué tiene el hijo de Shakespeare que le haga tan especial, tan diferente de los millones y millones de niños anónimos que murieron a una edad temprana? Solo se conoce de él que nació y que murió con once años y ni siquiera se sabe qué le ocasionó la muerte. ¿Reclamar para Shakespeare un dolor por su muerte que algunos dicen que no sufrió? ¿Que «Hamlet» es un homenaje a su hijo y una demostración de ese sufrimiento? «Hamlet» se escribió cinco años después de la muerte de su hijo y es hilar muy fino descubrir una relación entre su argumento y la muerte del hijo transcurrida tanto tiempo antes. Que le pusiera a su famoso personaje su nombre puede ser claramente un homenaje, sí, bien, ¿qué tiene eso de extraño o de especial? (por cierto, el drama que se monta por ese “homenaje” en la novela me es del todo incomprensible). Por último, es llamativo que la novela no se titule Agnes, el nombre de la mujer del bardo (después de cuatrocientos años creyendo que se llamaba Annes), pues ella es la gran protagonista de la novela (aunque como título tiene muchísimo menos tirón que el de la célebre obra de teatro, «Hamlet» y «Hamnet» parecen ser el mismo nombre), una mujer al parecer maltratada por la historia que no se sabe por qué razón la autora pretende reivindicar (incluso como la promotora del traslado de su marido a Londres y, por tanto, de su exitosa carrera como escritor) y a la que dota de unas cualidades sobrenaturales que, a mi parecer, le hacen flaco favor (ni siquiera se puede apelar a un supuesto realismo mágico), como tampoco le favorece ese cliché que le adjudica, sin ninguna base histórica, de atávica mujer apegada a la tierra y medio bruja (¿se supone que es una buena idea hacerla ir sola al bosque a parir?). Y el caso es que me da apuro pensar que quizás todas estas críticas se hubieran convertido en elogios de haberme topado con un estilo potente, con una prosa tan atractiva que me llevara, como a esas personas que al conocer a alguien, tras una agradable primera impresión, ven con buenos ojos todo lo que esta persona haga o diga a continuación, para las que todo serán virtudes y pocas las alabanzas. Quizás sea eso, aunque no lo creo. + Leer más |