Ojalá existiera, cuando conocemos a alguien, una especie de oráculo que nos dijera la cantidad de horas que vamos a compartir, el número exacto de conversaciones que mantendremos, en qué momento nos dejaremos de ver. No es el afán de manipular el futuro lo que me lleva a desear esto sino la convicción de que, con semejante sabiduría a cuestas, sabríamos aprovechar mucho más cada regalo entregado y recibido, cada sonrisa, cada despedida. Ojalá todos fuésemos conscientes de quién es la persona que nos cambió la vida, en qué momento y por qué. Para poder agradecerle lo vivido. Para llevar su recuerdo permanentemente con nosotros. Qué bonito sería que alguien nos acompañara en la fatigosa tarea de hacernos mayores, de descubrir quiénes somos y en qué lugar de este ancho mundo podemos pararnos a descansar como si nunca hubiésemos abandonado nuestro hogar. |