El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes de Tatiana Tibuleac
Los ojos de mi madre eran mis historias no contadas.
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El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes de Tatiana Tibuleac
Los ojos de mi madre eran mis historias no contadas.
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El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes de Tatiana Tibuleac
Habló durante casi una hora, parecía un libro, así que no me atreví a interrumpirla. Me había convertido, por fin, en su hijo, y ella, en madre.
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El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes de Tatiana Tibuleac
Lo odiaba porque podía ser cualquier cosa, pero seguía siendo él, sin ser falso y sin alejar a todos a los que había amado.
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El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes de Tatiana Tibuleac
Y ella quería un verano. Un último verano para vivirlo también ella como un cáncer rabioso. Un verano para morir viviendo hasta el final.
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El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes de Tatiana Tibuleac
No habría podido tener un cáncer benigno ni aunque lo hubiera deseado, porque a lo largo de toda su vida eligió siempre mal. Pero tampoco para vivir encontraba ya un porqué ni un cómo, pues estaba agotada por la falta de amor.
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El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes de Tatiana Tibuleac
(…) y el día empezó a coagularse en ese mismo segundo. Su sonrisa de tallos rotos. El verde escurrido de sus ojos. Su blanco de nimbo herido. |
El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes de Tatiana Tibuleac
(…) porque es imposible ser siempre original y sufrir de forma inédita, incluso cuando estás loco como yo.
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El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes de Tatiana Tibuleac
(…) yo albergaba un sueño inmenso e innecesario que sabía que no se cumpliría jamás en ningún caso, en ninguna vida. Pero lo pensé con ardor y fe, porque, si mi abuela tenía razón y el sol podía cumplir todos los deseos, sería una porquería pedirle un coche o una noche con Jude.
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El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes de Tatiana Tibuleac
La imposibilidad de morir cuando tenía la necesidad absoluta de hacerlo fue la injusticia más grande que se ha cometido conmigo, y conmigo se han cometido muchas injusticias. Empezando por mi nacimiento de una mujer completamente desconocida.
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El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes de Tatiana Tibuleac
Quería poder morir con sencillez, con comodidad, deprisa. Quería que la muerte se doblegara a mi voluntad, poder invocarla en cada segundo sin esfuerzo y sin costes. Ello habría sido posible si la muerte hubiera sido inventada por alguien con más discernimiento, alguien que no la hubiera protegido tanto, sino que la hubiera reducido a una simple función. Un tercer ojo, una tercera sien, un corazón a la derecha que desconectaran unilateralmente los cuerpos inútiles en caso de necesidad.
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El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes de Tatiana Tibuleac
Esa era la principal característica de mi madre: sabía cómo camelar a la gente. Además, su cara necia tenía siempre una expresión de asombro infantil que desarmaba a todo el mundo.
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El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes de Tatiana Tibuleac
La imposibilidad de morir cuando tenía la necesidad absoluta de hacerlo fue la injusticia más grande que se ha cometido conmigo, y conmigo se han cometido muchas injusticias. Empezando por mi nacimiento de una mujer completamente desconocida.
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El jardín de vidrio de Tatiana Tibuleac
¿Cuánto de mí es elección y cuánto sangre? Cuando pienso en vosotros, arrastro en mi mente dos maletas, la de mis huesos y la de mis defectos.
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El jardín de vidrio de Tatiana Tibuleac
¿Y por qué, Lastochka, no tiene la gente miedo a la muerte? ¿Lo sabes tú acaso? ¿Por qué no tendría la gente miedo del tren, del agua, de la soga? No lo sabes. Mira por qué: porque morir de golpe no duele. Te despedaza el tren, pim, pam, no llegas a enterarte de que has muerto. Te entra el agua en los pulmones, boqueas un par de veces y ya eres libre. Por no hablar de la soga, el cuello se te rompe en un par de segundos, bueno, pongamos tres, y ya estás muerto.
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El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes de Tatiana Tibuleac
Si la muerte tuviera en cuenta la opinión de los demás, moriría mucha más gente adecuada.
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El jardín de vidrio de Tatiana Tibuleac
Una niña asustada y sola que, al igual que los pájaros, había empezado a construir su nido con porquería y restos. me llamaban todos y no había cuchillo en este mundo que pudiera despegarme ese nombre.
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El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes de Tatiana Tibuleac
Callamos ambos casi gritando, y nuestro silencio era más pesado que cualquier ruido. Sabía que lo que sucediera más adelante ese día y ese verano sería para siempre.
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El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes de Tatiana Tibuleac
Quería poder morir con sencillez, con comodidad, deprisa. Quería que la muerte se doblegara a mi voluntad, poder invocarla en cada segundo sin esfuerzo y sin costes. Ello habría sido posible si la muerte hubiera sido inventada por alguien con más discernimiento, alguien que no la hubiera protegido tanto, sino que la hubiera reducido a una simple función. Un tercer ojo, una tercera sien, un corazón a la derecha que desconectaran unilateralmente los cuerpos inútiles en caso de necesidad.
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El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes de Tatiana Tibuleac
Los ojos de mi madre eran mis historias no contadas.
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El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes de Tatiana Tibuleac
Los ojos de mi madre eran mis historias no contadas.
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Gregorio Samsa es un ...