Una educación de Tara Westover
Me invadió tal sentimiento de pérdida que casi se me doblaron las rodillas, y acto seguido sentí otra cosa: alivio.
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Una educación de Tara Westover
Me invadió tal sentimiento de pérdida que casi se me doblaron las rodillas, y acto seguido sentí otra cosa: alivio.
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Una educación de Tara Westover
Y de pronto descubría un principio que permitía definir y captar las dimensiones de la vida. Quizá la realidad no fuera del todo impredecible. Quizá pudiera explicarse, preverse. Quizá fuera posible conseguir que tuviera sentido.
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Una educación de Tara Westover
—Ha llegado la hora de irse, Tara. Cuanto más tiempo te quedes, menos probabilidades tendrás de marcharte.
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Una educación de Tara Westover
En cuestión de unos minutos había aceptado nuestra pretensión de montarlo, de que se dejara montar. Había aceptado el mundo tal como era: un mundo donde él era un objeto poseído. Nunca había sido salvaje, por lo que no podía oír la llamada exasperante de aquel otro mundo, el de la montaña, en el que no era propiedad de nadie y donde nadie lo montaba.
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Una educación de Tara Westover
Me pareció más pequeño de lo que lo había visto aquella mañana. La decepción que reflejaban sus rasgos era tan infantil que por un momento me pregunté por qué Dios le había negado eso. A él, un siervo fiel, que sufría de buen grado, del mismo modo que Noé había sufrido de buen grado para construir el arca. Pero Dios retuvo la lluvia. |
Una educación de Tara Westover
Añoraba la vida que había tenido y que perdería en cualquier momento, cuando el mundo cambiara y empezara a devorarse a sí mismo. Cuanto más tiempo permanecía inmóvil, respirando hondo, tratando de aspirar el último aroma del mundo pecaminoso, más me contrariaba su persistente solidez. La fatiga sustituyó a la añoranza. |
Una educación de Tara Westover
Me acordé de las voces, de sus insólitas contradicciones: conseguían que el sonido flotara en el aire y que fuera suave como un viento cálido y, al mismo tiempo, tan penetrante que traspasaba. Traté de llegar a esas voces, las busqué en mi mente…, y di con ellas. Nada me había parecido nunca tan natural; fue como si «pensara» el sonido y, al pensarlo, lo creara. Por primera vez la realidad se sometía a mi pensamiento.
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Una educación de Tara Westover
Estaba adquiriendo una aptitud fundamental: la paciencia para leer lo que aún no entendía.
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Una educación de Tara Westover
Se había plantado la semilla de la curiosidad, que solo necesitaba tiempo y aburrimiento para crecer.
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Una educación de Tara Westover
Ignoro por qué lo hizo y él tampoco lo sabe. No acierta a explicar de dónde salió esa convicción y cómo ardió lo suficiente para que su brillo se abriera paso en la negra incertidumbre. Yo siempre he supuesto que fue la música que tenía en la cabeza, una canción esperanzada que los demás no oíamos; la misma melodía secreta que tarareaba cuando compró el libro de trigonometría y cuando guardaba las virutas de lápiz.
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Una educación de Tara Westover
A Tyler le gustaban los libros, le gustaba el silencio. Le gustaba organizar, ordenar y etiquetar.
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Una educación de Tara Westover
Sucede en algunas familias: hay un hijo que no encaja, que no sigue el compás, que tiene el metrónomo puesto para otra melodía. En la nuestra era Tyler. Él bailaba un vals mientras los demás saltábamos en una giga; él era sordo a la música estridente de nuestra vida y nosotros éramos sordos a la serena polifonía de la suya.
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Una educación de Tara Westover
Ahora comprendo que aquella noche la vi por primera vez, percibí su secreta fortaleza.
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Una educación de Tara Westover
Nuestra vida era un ciclo —el ciclo del día, el ciclo de las estaciones—, un círculo de cambio perpetuo que, una vez completado, significaba que nada había cambiado. Creía que mi familia formaba parte de ese modelo inmortal, que en cierto sentido éramos eternos. Pero la eternidad pertenecía solo a la montaña.
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Una educación de Tara Westover
El pasado es hermoso porque nunca comprendemos una emoción en el momento(...) (Virginia Woolf)
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Una educación de Tara Westover
La distancia -física y mental- recorrida en los últimos diez años casi me dejó sin respiración y me pregunté si quizá no había cambiado demasiado. Los estudios, la lectura, la reflexión, los viajes, ¿no me había transformado todo eso en una persona que ya no pertenecía a ningún sitio?
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Una educación de Tara Westover
Lo que pasa con las depresiones nerviosas es que, por muy evidentes que sean, nunca lo son para quienes las sufren. "Estoy bien -nos decimos-. Y qué más da que ayer viera la tele veinticuatro horas seguidas. No es que esté mal. Es que tengo pereza". No sé bien por qué preferimos considerarnos perezosos antes que pensar que estamos angustiados. El caso es que nos parece preferible. Más que preferible: vital.
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Una educación de Tara Westover
Es increíble que antes creyera todo esto sin el menor recelo -escribí-. El mundo entero se equivocaba; solo papá tenía razón.
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Una educación de Tara Westover
De mi padre había aprendido que los libros o se adoraban o se prohibían. Los libros de Dios -los escritos por los profetas mormones o por los padres fundadores de Estados Unidos- no debían estudiarse, sino valorarse, como algo perfecto en sí mismo. Me había enseñado a leer las palabras de Madison y hombres similares como un molde en el que debía verter la escayola de mi mente, para que se conformara según el contorno de aquel modelo impecable. Los leía para aprender lo que debía pensar, no para pensar por mí misma. Los libros que no eran de Dios estaban prohibidos; impactantes e irresistibles por su ingenio, representaban un peligro.
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Una educación de Tara Westover
Visto en perspectiva, me doy cuenta de que esa fue mi educación, la importante: las horas que pasé sentada a un escritorio prestado esforzándome por descomponer y analizar las rígidas corrientes de la doctrina mormona a imitación del hermano que me había abandonado. Estaba adquiriendo una aptitud fundamental: la paciencia para leer lo que aún no entendía.
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Gregorio Samsa es un ...