Los asquerosos de Santiago Lorenzo
El domingo por la tarde se volvían a sus casas, con expresión de haber quedado transidos de naturaleza e imbuidos de experiencia agreste. Como quien se va de putas y vuelve creyéndose un conquistador.
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Los asquerosos de Santiago Lorenzo
El domingo por la tarde se volvían a sus casas, con expresión de haber quedado transidos de naturaleza e imbuidos de experiencia agreste. Como quien se va de putas y vuelve creyéndose un conquistador.
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Tostonazo de Santiago Lorenzo
El traspiés en el curro es agrio, pero qué didáctico es. Si estaban allí era porque habían superado mil pruebas peliagudas. Desde siempre.
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Tostonazo de Santiago Lorenzo
En vez de hacer por crecer, tiraba para abajo las consecuciones de los demás para intentar equilibrarse con ellos.
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Los asquerosos de Santiago Lorenzo
Decían todo el tiempo "disfrutar". Es la palabra que a la altura de siglo, según Manuel, usaban todos los sinvergüenzas que querían vender algo cuando ese algo era una puta mierda.
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Los asquerosos de Santiago Lorenzo
Pronto instalaron una campana en su patio, para que los niños se entretuvieran. La tañian como locos, metiendo un jaleo de bayoneta pinchando tímpanos. Todo con tal de fulminar la quietud que decían haber ido a buscar en Zarzahuriel y que en realidad no aguantaban. "¡La paz que se respira allá!", contarían el lunes al vecino en su barrio"
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Los asquerosos de Santiago Lorenzo
Todo el tiempo les sonaba el móvil, que contestaban a gritos. Contaban siempre a través del teléfono lo bien que estaban en la soledad del campo, gran paradoja si los fines de semana se los pasaban hablando con el exterior.
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Los asquerosos de Santiago Lorenzo
A los adultos se les notaba que si tenían tantos hijos era porque tampoco se les ocurría otra distracción para hacer en la vida.
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Tostonazo de Santiago Lorenzo
Aguar el vino ajeno para poder cotejarlo con el propio sin pasar demasiada vergüenza. Afearle sus logros al prójimo era su táctica para enrasarse con el común
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Tostonazo de Santiago Lorenzo
Era la suya una impertinencia que él tomaba por sinceridad, forma de corrupción de la conducta muy frecuente entre personas que se sienten superiores pero que se intuyen inferiores, y con la que aspiran a nivelar sus decalajes.
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Los asquerosos de Santiago Lorenzo
Todo el tiempo les sonaba el móvil, que contestaban a gritos. Contaban siempre a través del teléfono lo bien que estaban en la soledad del campo, gran paradoja si los fines de semana se lo pasaban hablando con el exterior (página 148).
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Los asquerosos de Santiago Lorenzo
Llevaban la marca de la ropa tan a la vista que Manuel podía leer las letras desde el sobrado. Fuera de esto, iban muy rotulados de indumentaria, con mensajes que muchas veces resultaban de desconcertante desbarajuste. Había varios que tenían que sujetarse la barriga a pulso con las manos, y vestían camisetas de gimnasio. Sentían un potente horror al silencio. No sabían estar sin hacer ruido, como si necesitaran la constante confirmación de que estaban presentes allí y en ese momento. Si el miedo al silencio es de gente acobardada ante si mismo, estos vivían en el pasaje del terror.
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Los asquerosos de Santiago Lorenzo
Le gustaba la calefacción que la actividad física regala. «Cortar la leña me ahorra quemarla», decía. El remedio se comía al problema antes de que surgiera.
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Los asquerosos de Santiago Lorenzo
Le gustaba mucho manipular los palos quemaderos con las pinzas de tijera, dentro del hogar, para colocarlos donde mejor ardieran. «El fuego es el futbolín del solitario», decía.
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Los asquerosos de Santiago Lorenzo
Me torturaba pensar que Manuel se consumía solo, con las ganas de personas que tuvo siempre.
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Los asquerosos de Santiago Lorenzo
Se las daba de independiente porque salía a pasear sola. Volvía siempre con una foto de ella ante un paraje deshabitado, que enseñaba a todos. La titulaba con variaciones del lema DESCONECTANDO DEL MUNDO y la colgaba en internet. Con lo que conectaba a millones de mundianos
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Los asquerosos de Santiago Lorenzo
Con cada céntimo que dejaba de fabricar compraba un minuto de freática paz a estrenar. Le parecía muy barato. La sensación de abundancia, irónica en el Manuel pobrísimo, era vertiginosa. Le sobraba de todo. Sólo el tiempo no le sobraba, pero no era tan soberbio como para pretender que se lo incrementaran a 25 horas/día. Tenía el preciso, el que es, y tan contento. El que habrá siempre (y «siempre» ya traicionaba la ley según la cual lo definido no puede entrar en la definición). Se moría de risa Manuel, imaginando diálogos que no tenían gracia más que para quien estuviera instalado dentro de sus pantalones: —Venga, que no tengo todo el día. —Es que sí lo tienes. El autocachondeo era entendible, con sólo pensar cómo tiene que ser vivir así, al mando de sus ratos. A mí también me habría entrado la risa. |
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Los asquerosos de Santiago Lorenzo
Un problema sólo se da por arreglado cuando la situación se ha dejado mejor (no igual) .
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Gregorio Samsa es un ...