Los asquerosos de Santiago Lorenzo
Con cada céntimo que dejaba de fabricar compraba un minuto de freática paz a estrenar. Le parecía muy barato. La sensación de abundancia, irónica en el Manuel pobrísimo, era vertiginosa. Le sobraba de todo. Sólo el tiempo no le sobraba, pero no era tan soberbio como para pretender que se lo incrementaran a 25 horas/día. Tenía el preciso, el que es, y tan contento. El que habrá siempre (y «siempre» ya traicionaba la ley según la cual lo definido no puede entrar en la definición). Se moría de risa Manuel, imaginando diálogos que no tenían gracia más que para quien estuviera instalado dentro de sus pantalones: —Venga, que no tengo todo el día. —Es que sí lo tienes. El autocachondeo era entendible, con sólo pensar cómo tiene que ser vivir así, al mando de sus ratos. A mí también me habría entrado la risa. |