Alexis o el tratado del inútil combate de Marguerite Yourcenar
El sufrimiento nos hace egoístas porque nos absorbe por entero: sólo más tarde, en forma de recuerdo, nos enseña la compasión.
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Alexis o el tratado del inútil combate de Marguerite Yourcenar
El sufrimiento nos hace egoístas porque nos absorbe por entero: sólo más tarde, en forma de recuerdo, nos enseña la compasión.
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Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar
"Los seres humanos confiesan sus peores debilidades, cuando se asombran de que un amo del mundo no sea de una estúpida indolencia, presunción o crueldad."
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Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar
Nada es más lento que el verdadero nacimiento de un hombre
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Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar
El niño de Claudiópolis descendía a la tumba como un faraón, como un Ptolomeo. Lo dejamos solo. Entraba en esa duración sin aire, sin luz, sin estaciones y sin fin, frente a la cual toda vida parece efímera; había alcanzado la estabilidad, quizá la calma.
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Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar
La memoria de la mayoría de los hombres es un cementerio abandonado donde yacen los muertos que aquéllos han dejado de honrar y de querer. Todo dolor prolongado es un insulto a ese olvido.
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Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar
La segunda línea de argumentos contradice la primera, pero nuestros filósofos no miran las cosas demasiado de cerca; ahora ya no se trata de resignarse a la muerte, sino de negarla. El tratado sostenía que sólo el alma contaba; arrogantemente daba por sentada la inmortalidad de esa vaga entidad que jamás hemos visto funcionar en ausencia del cuerpo, antes de tomarse el trabajo de probar su existencia.
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Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar
lo esencial es que el hombre llegado al poder haya probado luego que merecía ejercerlo.
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Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar
no me sentía más exento de crueldad que de cualquier otra tara humana; aceptaba el lugar común según el cual el crimen llama al crimen y la imagen del animal que ha conocido el sabor de la sangre.
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Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar
los grandes hombres se caracterizan precisamente por su posición extrema; su heroísmo está en mantenerse en ella toda la vida.
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Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar
Mucho me costaría vivir en un mundo sin libros, pero la realidad no está en ellos, puesto que no cabe entera.
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Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar
Nada más frágil que el equilibrio de los lugares hermosos. Nuestras fantasías de interpretación dejan intactos los textos mismos, que sobreviven a nuestros comentarios; pero la menor restauración imprudente infligida a las piedras, la menor carretera de asfalto que invade un campo donde creció la hierba durante siglos, determina para siempre lo irreparable. La belleza se aleja; la autenticidad también.
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Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar
Esforzarse en lo mejor. Volver a escribir. Retocar, siquiera imperceptiblemente, alguna corrección. «Es a mí mismo a quien corrijo —decía Yeats—al retocar mis obras.»
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Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar
Este libro es la condensación de una enorme tarea hecha sólo para mí. Me había habituado, todas las noches, a escribir de manera automática el resultado de mis paseos imaginarios por la intimidad de otras épocas. Registraba hasta las menores palabras, los menores gestos, los matices más imperceptibles; las escenas que en el libro ocurren en dos líneas, aparecían hasta en sus menores detalles y como en cámara lenta. Unidas las unas a las otras, esas especies de actas hubieran formado un volumen de millares de páginas. Pero quemaba por la mañana el trabajo de cada noche. Escribí así enorme cantidad de meditaciones muy abstrusas, y algunas descripciones bastante obscenas.
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Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar
Las reglas del juego: aprenderlo todo, leerlo todo, informarse de todo, y, simultáneamente, adaptar a nuestro fin los Ejercicios de Ignacio de Loyola o el método del asceta hindú que se esfuerza, a lo largo de años, en visualizar con un poco más de exactitud la imagen que construye en su imaginación. Rastrear a través de millares de fichas la actualidad de los hechos; tratar de reintegrar a esos rostros de piedra su movilidad, su flexibilidad viviente. Cuando dos textos, dos afirmaciones, dos ideas se oponen, esforzarse en conciliarlas más que en anular la una por medio de la otra; ver en ellas dos facetas diferentes, dos estados sucesivos del mismo hecho, una realidad convincente porque es compleja, humana porque es múltiple. Tratar de leer un texto del siglo II con los ojos, el alma y los sentimientos del siglo II; bañarlo en esa agua-madre que son los hechos contemporáneos; separar, si es posible, todas las ideas, todos los sentimientos acumulados en estratos sucesivos entre aquellas gentes y nosotros. Servirse, no obstante, pero prudentemente, a título de estudios preparatorios, de las posibilidades de acercamiento o de comprobación, de perspectivas nuevas elaboradas poco a poco por tantos siglos o acontecimientos que nos separan de ese texto, de ese suceso, de ese hombre; utilizarlos en alguna manera como hitos en la ruta de regreso hacia un momento determinado en el tiempo. Deshacerse de las sombras que se llevan con uno mismo, impedir que el vaho de un aliento empañe la superficie del espejo; atender sólo a lo más duradero, a lo más esencial que hay en nosotros, en las emociones de los sentidos o en las operaciones del espíritu, como puntos de contacto con esos hombres que, como nosotros, comieron aceitunas, bebieron vino, se embadurnaron los dedos con miel, lucharon contra el viento despiadado y la lluvia enceguecedora y buscaron en verano la sombra de un plátano y gozaron, pensaron, envejecieron y murieron.
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Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar
Todo se nos escapa, y todos, y hasta nosotros mismos. La vida de mi padre me es tan desconocida como la de Adriano. Mi propia existencia, si tuviera que escribirla, tendría que ser reconstruida desde fuera, penosamente, como la de otra persona; debería remitirme a ciertas cartas, a los recuerdos de otro, para fijar esas imágenes flotantes. No son más que muros en ruinas, paredes en sombra. Ingeniármelas para que las lagunas de nuestros textos, en lo que concierne a la vida de Adriano, coincidan con lo que hubieran podido ser sus propios olvidos.
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Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar
Los que consideran la novela histórica como una categoría diferente, olvidan que el novelista no hace más que interpretar, mediante los procedimientos de su época, cierto número de hechos pasados, de recuerdos conscientes o no, personales o no, tramados de la misma manera que la Historia. Como Guerra y Paz, la obra de Proust es la reconstrucción de un pasado perdido. La novela histórica de 1830 cae, es cierto, en el melodrama y el folletín de capa y espada; no más que la sublime Duquesa de Langeais o la asombrosa Niña de los ojos de oro. Flaubert reconstruye laboriosamente el palacio de Amílcar con ayuda de centenares de pequeños detalles; del mismo modo procede con Yonville. En nuestra época, la novela histórica, o la que puede denominarse así por casualidad, ha de desarrollarse en un tiempo recobrado, toma de posesión de un mundo interior.
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Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar
Me complací en hacer y rehacer el retrato de un hombre que casi llegó a la sabiduría. * Tan sólo otra figura histórica me ha tentado con una insistencia similar. Omar Khayam, poeta astrónomo. Pero la vida de Khayam es la del contemplador, la del contemplador puro: el mundo de la acción le fue ajeno por completo. Por lo demás, no conozco Persia ni su lengua. * Imposibilidad, también, de tomar como figura central un personaje femenino; de elegir, por ejemplo, como eje de mi relato, a Plotina en lugar de Adriano. La vida de las mujeres es más limitada, o demasiado secreta. Basta con que una mujer cuente sobre sí misma para que de inmediato se le reproche que ya no sea mujer. Y ya bastante difícil es poner alguna verdad en boca de un hombre. |
Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar
Hay libros a los que no hay que atreverse hasta no haber cumplido los cuarenta años. Se corre el riesgo, antes de haber alcanzado esa edad, de desconocer la existencia de grandes fronteras naturales que separan, de persona a persona, de siglo a siglo, la infinita variedad de los seres; o por el contrario, de dar demasiada importancia a las simples divisiones administrativas, a los puestos de aduana, o a las garitas de los guardias. Me hicieron falta esos años para aprender a calcular exactamente las distancias entre el emperador y yo.
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