Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar
La segunda línea de argumentos contradice la primera, pero nuestros filósofos no miran las cosas demasiado de cerca; ahora ya no se trata de resignarse a la muerte, sino de negarla. El tratado sostenía que sólo el alma contaba; arrogantemente daba por sentada la inmortalidad de esa vaga entidad que jamás hemos visto funcionar en ausencia del cuerpo, antes de tomarse el trabajo de probar su existencia.
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