Nueve cuentos malvados de Margaret Atwood
Se sentó y se puso a teclear, a ritmo de ocho, nueve o diez páginas al día, en la vieja Remington que de había agenciado en una tienda de empeños. Qué curioso acordarse de las máquinas de escribir, de las teclas que se encallaban, las cintas que se enredaban y las copias emborronadas por el papel de calco.
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