Alegría de Manuel Vilas
Y yo viendo a mi familia pienso que se puede ser muy feliz y estar siempre alegre en este país que se llama España.
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Alegría de Manuel Vilas
Y yo viendo a mi familia pienso que se puede ser muy feliz y estar siempre alegre en este país que se llama España.
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Nosotros de Manuel Vilas
... cuando te dabas cuenta de mi terror a la noche, de mi absoluto miedo a meterme en la cama, tú me cogías la mano hasta que me iba durmiendo, y yo sabía que quien me cogía la mano era la bondad. También eras la primavera. Y eras un niño. Y un caballero. Y un relámpago. |
Nosotros de Manuel Vilas
Se prometió a sí misma no alejarse del mar, porque al lado del mar es imposible el dolor.
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Nosotros de Manuel Vilas
Grecia y sus islas,yo creo que son como la reserva espiritual del Mediterráneo, allí el mar es un exceso de existencia. Las islas griegas son un capricho de la naturaleza, parecen pecas de un cuerpo hermoso.
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Ordesa de Manuel Vilas
Así funcionamos los seres humanos: hay personas a quienes, aún estando vivas, no volveremos a tratar nunca más y alcanzan así el mismo estatuto que los muertos.
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Ordesa de Manuel Vilas
Recuerdo todo esto en este instante, y es de noche, una noche que se precipita hacia la madrugada y hay en mi cierta euforia y pienso en una botella de whisky que hay en la cocina. No puedo volver a beber. |
Ordesa de Manuel Vilas
....Las ganas de vivir siempre son confusas: comienzan con un estallido de alegría y acaban en un espectáculo de vulgaridad....
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Ordesa de Manuel Vilas
...Por muy mal que te vaya en la vida, siempre hay alguien que te envidia. Es una especie de sarcasmo cósmico.
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Nosotros de Manuel Vilas
Muchas veces, al terminar el café con leche, los dos se quedaban mirando al cielo. No había ninguna casa más elevada que la de ellos en las proximidades, no tenían delante más que el espacio abierto, y recuerda ahora mismo Irene la contrariedad de Marce de no haber podido encontrar un rascacielos para poder vivir en una planta 28, lejos de la realidad de las calles y los coches y las normas de tráfico y los semáforos, al lado de los pájaros, de las aves que vuelan altísimas, dentro de las nubes, porque las nubes podrían haber sido su hogar.
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Ordesa de Manuel Vilas
"La moralidad de los hechos es siempre una construcción de la cultura. Los hechos en sí mismos sí son seguros. Los hechos son naturaleza, su interpretación es política."
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Manuel Vilas
Te hiciste viejo en un laberinto español idéntico al laberinto español en donde yo me hago viejo. Los valores son los mismos. A lo que cabe añadir algo que había en tu carácter y que pasó al mío, algo parecido a una timidez desalentadora a la hora de lograr un sitio en el mundo, a la hora de decir: «Aquí estoy yo». El año de 1980 es idéntico al año de 2015. Todo el mundo quiere triunfar, es lo mismo. El éxito y el dinero, es lo mismo. Tú, al final, te dedicaste a ver la televisión. Yo me dedico a navegar por internet, que es lo mismo. Evoluciona tecnológicamente nuestra manera de dormir o de morir. Ni tú ni yo tuvimos acceso a la felicidad, había y hay algo que hace que todo se tuerza; ahora bien, esa inaccesibilidad procedió y procede de una forma de simpatía con el mundo, con todos los pobres y desdichados de la tierra. Por eso no pudimos, no puedo ser feliz. Faltaríamos a la cortesía general con todas las desgracias habidas en este planeta y en el universo. ¿Te has fijado, papá, en la inmensa ruina del universo, en esa soledad del taqmaño de los muertos humanos y esa luz en que te has convertido? + Leer más |
Manuel Vilas
Años después de la foto del bar, encontró esposa y yo nací. Mi padre debía de conocer la razón de mi existencia, pues soy su hijo (sigo siendo su hijo aunque él no siga siendo un ser vivo), y se la llevó consigo al reino de los muertos. Los dos amábamos las montañas: esos pueblos perdidos del Pirineo oscense de una España atrasada e inhóspita, en donde la perdición de esos pueblos serenaba nuestra propia perdición. La nieve, las rocas altas, los árboles insaciables, el enigmático sol, los ríos de los valles, las montañas siempre en el mismo sitio, un silencio imperturbable, la indiferencia de la naturaleza, eso amábamos. Amábamos la inmovilidad de las montañas. Su «estar allí». Las montañas no son, están. También nuestra vida fue estar. La existencia de mi padre fue una reivindicación del «estar» por encima del «ser».
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Resurrección de Manuel Vilas
MACDONALD’S Estoy en el MacDonald’s de la Plaza de España de Zaragoza, haciendo la cola gigantesca, con los ojos clavados en los carteles de los precios, el dinero justo en la mano derecha, billetes arrugados. Estoy ahora en el piso subterráneo, arriba fue imposible. Estoy sentado al lado de un niño negro que tiene en su mano una patata amarilla untada de ketchup muy rojo: Santísima bandera del otro mundo, el niño negro que resplandece, mi hermano ciego. El niño está solo, no bebe, no le llega para la Cocacola, sólo patatas. Sólo patatas, sólo patatas, esa desgracia, esa soledad idéntica a la mía, ¿no lo entiendes?, sólo le llega para las patatas, y está sentado, quieto, en su trono, la negritud y el niño, en el trono, allá, allá, en ese trono radiante. MacDonald’s siempre está lleno. Es el mejor restaurante de Zaragoza, una alegría despedazada nos despedaza el corazón: Por tres euros te llenan de cajas, de vasos de plástico, de bolsas, de pajitas, de bandejas. Es el mejor restaurante del mundo. Es un restaurante comunista. Rumanos, negros, chilenos, polacos, cubanos, yo mismo, aquí estamos, abajo, al lado de un muñeco, al lado de un cartel que dice «I’m lovin’ it». Tengo una bota encima de un charco de un helado de nata deshecho. Miro la nata comerse el tacón de mi bota. Una nata blanca, despedazada. Arde el sol sin tiempo, bulle la mano sucia. A mi lado, una niña de veinte años le dice a un tío de diecisiete que no le importaría hacérselo con él. Con él, con él, un eco negro. Y ríen y tragan patatas fritas. Y yo trago patatas fritas. Y dos maricas enfrente comiéndose la misma hamburguesa goteante, cada boca en un extremo, y se manchan y se muerden. Y tragan patatas fritas. Y se besan. Y se tocan. Y se despedazan. En Londres, en París, en Buenos Aires, en Moscú, en Tokio, en Ciudad del Cabo, en Tucson, en Praga, en Pekín, en Gijón, somos millones, la tarde harapienta, el dolor en el cerebro, la comida, millones en miles de subterráneos esparcidos por la gran tierra de los hombres. Estoy en paz aquí con todo: barata la carne, barata la vida, baratas las patatas. Me siento Lenin. Soy Lenin, el marica inusitado, el gran hereje, el loco supremo, el hijo de la última mano miserable que tocó el monstruoso corazón del cielo. Si Lenin volviera, MacDonald’s sería el sitio, el palacio sin luna, el gueto de las reuniones clandestinas. Algo importante está sucediendo en este subterráneo del MacDonald’s de la Plaza de España de Zaragoza, pero no sé qué es. No lo sé. De un momento a otro, vamos a arañar la felicidad: el niño negro, los novios, el muñeco, la nata del suelo, mis botas. Botas nuevas, de piel brillante, con la punta afilada en señal de muerte. En MacDonald’s, allí, allí estamos. Carne abundante por tres euros. + Leer más |
Ordesa de Manuel Vilas
La verdad es lo más interesante de la literatura. Decir todo cuanto nos ha pasado mientras hemos estado vivos. No contar la vida, sino la verdad. La verdad es un punto de vista que enseguida brilla por sí solo. La mayoría de la gente vive y muere sin haber presenciado la verdad. Lo cómico de la condición humana es que no necesita la verdad. Es un adorno la verdad, un adorno moral.
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Alegría de Manuel Vilas
Todo aquello que amamos y perdimos, que amamos muchísimo, que amamos sin saber que un día nos sería hurtado, todo aquello que, tras su pérdida, no pudo destruirnos, y bien que insistió con fuerzas sobrenaturales y buscó nuestra ruina con crueldad y empeño, acaba, tarde o temprano, convertido en alegría. |
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Alegría de Manuel Vilas
La invocación del pasado puede ocuparte las veinticuatro horas del día. Qué hay en mi presente sino esa terca y abrumadora y decadente y voluptuosa abundancia del pasado.
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¿Cuántas novelas hay en la serie Harry Potter?