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Alegría de Manuel Vilas
Me resulta incomprensible pensar el mundo sin mí, y a la vez me hechiza pensar el mundo sin mí, me seduce y me embellece y me encumbra y me exalta y me ennoblece. |
Calificación promedio: 5 (sobre 50 calificaciones)
/El poeta y narrador Manuel Vilas ha presentado en nuestro auditorio su nuevo libro 'Roma', en una conversación con el periodista y también poeta Antonio Lucas. Más información en: https://espacio.fundaciontelefonica.com/evento/manuel-vilas-roma/ Un nuevo espacio para una nueva cultura: visita el Espacio Fundación Telefónica en pleno corazón de Madrid, en la calle Fuencarral 3. Visítanos y síguenos en: Web: https://espacio.fundaciontelefonica.com/ Twitter: https://twitter.com/EspacioFTef Facebook: https://www.facebook.com/espaciofundaciontef Instagram: https://www.instagram.com/espacioftef/ YouTube: https://www.youtube.com/user/CulturaSiglo21
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Alegría de Manuel Vilas
Me resulta incomprensible pensar el mundo sin mí, y a la vez me hechiza pensar el mundo sin mí, me seduce y me embellece y me encumbra y me exalta y me ennoblece. |
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Ordesa de Manuel Vilas
"Mi madre sólo fue naturaleza, por eso no tenía memoria, solo tenía presente, como la naturaleza"
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Manuel Vilas
Desamparo de la lengua. Oh, tú, lengua desamparada. Tal vez yo me haya convertido en tu último apóstol. Los hijos de los mexicanos que nacieron en la tierra de Abraham Lincoln a duras penas hablan la lengua de sus padres. Oh, tú, lengua de los pobres. A ellos, sí, a ellos, cuando los veo en las prósperas ciudades anglosajonas trabajando en los peores trabajos, les digo con amor: “háblalo, enséñalo a tu hijos, el español, estas sílabas nuestras, estas sílabas caídas”. Ellos me miran con gesto interrogante, incómodo, como diciendo “cállese, se lo ruego”. Oh, sílabas españolas dichas en voz baja para que no sean oídas por el gringo rico. “Cállese, cállese, se lo ruego, usted viene de España, usted tiene suerte, pero yo no”. Cocineros de bares humeantes, dependientas en tiendas outlet, camareras y camareros, conductores de autobuses, limpiadoras y sirvientas, pieles oscuras en trabajos duros, en obras, en fábricas, en la industria tóxica, en la basura, oh, lengua desamparada, allí dicen tus sílabas con miedo y vergüenza, con pena. Oh, lengua desamparada ven a mi corazón desamparado. Dila a tus hijos, yo les digo, y el verbo decir se disuelve para siempre. Oh, lengua de los humillados, yo soy tu último apóstol. Tu novio, tu sangre, tu amor. Oh, lengua de los sacrificados para que el mundo rico siga siendo rico, yo te doy el último beso. Oh, lengua del desamparo, vuelve a mí, entra en mi corazón, contempla cómo tu soledad halla hermanamiento con la mía, que es siete mil veces más grande y más antigua que la tuya. + Leer más |
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Ordesa de Manuel Vilas
También me doy cuenta en este instante de que en mi vida no han sucedido grandes cosas, y sin embargo llevo dentro de mí un hondo sufrimiento. El dolor no es absoluto un impedimento para la alegría, tal como yo entiendo el dolor, pues para mí está vinculado a la intensificación de la conciencia. El sufrimiento es una conciencia expandida que alcanza a todas las cosas que han sido y serán. Es una especie de amabilidad secreta con todas las cosas. Cortesía con todo lo que fue. Y de la amabilidad y la cortesía nace siempre la elegancia.
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Resurrección: 599 de Manuel Vilas
MACDONALD’S Estoy en el MacDonald’s de la Plaza de España de Zaragoza, haciendo la cola gigantesca, con los ojos clavados en los carteles de los precios, el dinero justo en la mano derecha, billetes arrugados. Estoy ahora en el piso subterráneo, arriba fue imposible. Estoy sentado al lado de un niño negro que tiene en su mano una patata amarilla untada de ketchup muy rojo: Santísima bandera del otro mundo, el niño negro que resplandece, mi hermano ciego. El niño está solo, no bebe, no le llega para la Cocacola, sólo patatas. Sólo patatas, sólo patatas, esa desgracia, esa soledad idéntica a la mía, ¿no lo entiendes?, sólo le llega para las patatas, y está sentado, quieto, en su trono, la negritud y el niño, en el trono, allá, allá, en ese trono radiante. MacDonald’s siempre está lleno. Es el mejor restaurante de Zaragoza, una alegría despedazada nos despedaza el corazón: Por tres euros te llenan de cajas, de vasos de plástico, de bolsas, de pajitas, de bandejas. Es el mejor restaurante del mundo. Es un restaurante comunista. Rumanos, negros, chilenos, polacos, cubanos, yo mismo, aquí estamos, abajo, al lado de un muñeco, al lado de un cartel que dice «I’m lovin’ it». Tengo una bota encima de un charco de un helado de nata deshecho. Miro la nata comerse el tacón de mi bota. Una nata blanca, despedazada. Arde el sol sin tiempo, bulle la mano sucia. A mi lado, una niña de veinte años le dice a un tío de diecisiete que no le importaría hacérselo con él. Con él, con él, un eco negro. Y ríen y tragan patatas fritas. Y yo trago patatas fritas. Y dos maricas enfrente comiéndose la misma hamburguesa goteante, cada boca en un extremo, y se manchan y se muerden. Y tragan patatas fritas. Y se besan. Y se tocan. Y se despedazan. En Londres, en París, en Buenos Aires, en Moscú, en Tokio, en Ciudad del Cabo, en Tucson, en Praga, en Pekín, en Gijón, somos millones, la tarde harapienta, el dolor en el cerebro, la comida, millones en miles de subterráneos esparcidos por la gran tierra de los hombres. Estoy en paz aquí con todo: barata la carne, barata la vida, baratas las patatas. Me siento Lenin. Soy Lenin, el marica inusitado, el gran hereje, el loco supremo, el hijo de la última mano miserable que tocó el monstruoso corazón del cielo. Si Lenin volviera, MacDonald’s sería el sitio, el palacio sin luna, el gueto de las reuniones clandestinas. Algo importante está sucediendo en este subterráneo del MacDonald’s de la Plaza de España de Zaragoza, pero no sé qué es. No lo sé. De un momento a otro, vamos a arañar la felicidad: el niño negro, los novios, el muñeco, la nata del suelo, mis botas. Botas nuevas, de piel brillante, con la punta afilada en señal de muerte. En MacDonald’s, allí, allí estamos. Carne abundante por tres euros. + Leer más |
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América de Manuel Vilas
Se están borrando las fronteras. Pero hay una que no se borra: la frontera que va de lo muerto a lo vivo, y aquí, en América, la vida triunfó, la vida instantánea, la vida sin atributos, y de eso sí me enamoré. La vida sin prestigio, eso fue lo que me sedujo, de eso me enamoré como un paleto. Pensé que en América el fracaso no existía.
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Ordesa de Manuel Vilas
Las cosas también se mueren. La muerte de los objetos es importante. Porque es la desaparición de la materia, la humilde materia que nos acompañó y estuvo a nuestro lado mientras la vida se estaba cumpliendo. |
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Alegría de Manuel Vilas
La democracia trajo gobernantes con pelo en la cabeza. Incluso con patillas, porque de joven Felipe González tenía patillas, o yo lo recuerdo con patillas. La dictadura es calva y la democracia melenuda, vuelvo a reírme. Desde el punto de vista anatómico e iconográfico, la democracia trajo cuerpos de gobernantes de más altura. Franco era regordete y pequeño de estatura. Suárez y Felipe al menos medían, calculo, un metro setenta y cinco y estaban delgados. Raroy y Rodríguez Zapatero son altos, superan el metro ochenta. Franco media un metro sesenta y dos, algo así. La democracia trajo cuerpos más esbeltos, cuerpos mejores. Si tu presidente no está gordo ni calvo, eso te motiva, eso te ayuda en la vida. Te ayuda mucho. Yo creo que el mismísimo Dios maldijo a Franco (precisamente Dios, al que Franco tanto invocaba)dándole calvicie y sobrepeso y pequeñez. También pudo ser que la calvicie, el sobrepeso y la pequeñez fueran los atributos que más hacian confiar en Franco. Puede que el bigote fuese el broche definitivo de su aspecto físico. Ese bigote se llevó por delante cuarenta años de la historia de España. Pudo tratarse de un bigote mágico, un bigote con suprapoderes. + Leer más |
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Alegría de Manuel Vilas
A mí nunca me premió la vida. La vida solo te destruye, con más o menos gracia, pero te destruye. Lo que sí he visto es miles de pactos diferentes que la gente hace con la destrucción. Unos seres humanos pactan de una manera, otros de otra. La mayoría pacta destrucciones más o menos largas, que ocurren en plazos de unos treinta o cuarenta años. Y a eso la gente lo llama vivir, y es mucho.
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Ordesa de Manuel Vilas
La culpa es un poderoso mecanismo de activación del progreso material y de la civilización, porque la culpa crea “tejido moral”, y la moral y la ética son los bastiones que mueven la realidad. Sin la culpa, no existirían los ordenadores ni los vuelos espaciales. Sin la culpa, no hubiera existido el marxismo. Sin la culpa, tendríamos el cerebro hueco. Sin la culpa, solo seríamos hormigas.
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El cuervo de O'Barr fue llevado al cine a principios de los años noventa.