Manuel Vilas
Años después de la foto del bar, encontró esposa y yo nací. Mi padre debía de conocer la razón de mi existencia, pues soy su hijo (sigo siendo su hijo aunque él no siga siendo un ser vivo), y se la llevó consigo al reino de los muertos. Los dos amábamos las montañas: esos pueblos perdidos del Pirineo oscense de una España atrasada e inhóspita, en donde la perdición de esos pueblos serenaba nuestra propia perdición. La nieve, las rocas altas, los árboles insaciables, el enigmático sol, los ríos de los valles, las montañas siempre en el mismo sitio, un silencio imperturbable, la indiferencia de la naturaleza, eso amábamos. Amábamos la inmovilidad de las montañas. Su «estar allí». Las montañas no son, están. También nuestra vida fue estar. La existencia de mi padre fue una reivindicación del «estar» por encima del «ser».
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