El duque de Wyndham de
Julia Quinn
Pero fue la tercera chica, la última que salió de la casa, la que lo hizo retener el aliento y quedarse muy quieto, sin poder apartar la vista de ella.
Era la chica del coche de la noche pasada. Estaba seguro. Su pelo era del mismo color, lustroso y moreno, pero ese no era un color tan único que no se pudiera encontrar en otra mujer. Sabía que era ella porque... porque...
Porque lo sabía.
La recordaba. Recordaba su manera de caminar, de moverse, lo que sintió cuando la tenía apretada a su cuerpo. Recordaba el suave movimiento del aire entre ellos cuando se apartó.
Le había caído bien. No eran frecuentes las oportunidades de que le cayeran bien o mal las personas a las que asaltaba en los caminos, pero justo estaba pensando que encontraba algo atractivo en el brillo de inteligencia de sus ojos cuando la anciana la empujó hacia él, dándole permiso para ponerle el cañón de la pistola en la cabeza.
Eso no lo aprobó, lógicamente, pero de todos modos lo agradeció, porque tocarla, rodearla con el brazo, fue un placer inesperado. Y cuando la anciana volvió con el retrato en miniatura, su único pensamiento fue que era una lástima que no hubiera tenido tiempo de besarla como es debido.
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