El sabor de las penas de Jude Morgan
Cultiva la autosuficiencia y podrás instalarte en ella dondequiera que vayas.
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El sabor de las penas de Jude Morgan
Cultiva la autosuficiencia y podrás instalarte en ella dondequiera que vayas.
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Indiscrecion de Jude Morgan
La sociedad es más un carruaje para dos que para uno. Una mujer sola no puede pasearse libremente, ni aceptar invitaciones ni recibir compañías en que todo el mundo ande chismorreando que, en realidad, está sola.
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Indiscrecion de Jude Morgan
Además de ejercer de institutriz, hacer de dama de compañía era una de las pocas ocupaciones que se ofrecían a las mujeres que no disponían de medios; y era cierto que Caroline había pensado en ello. Pero ser maestra o institutriz era, cuando menos, un oficio en el que se veía haciendo algo realmente útil; mientras que la profesión de «comesapos», como se denominaba la ocupación de dama de compañía habitualmente y de forma muy poco halagüeña, a menudo no consistía en otra cosa que en aplacar el temperamento caprichoso de una rica anciana que no podía permitirse comprar compañía precio inferior.
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El sabor de las penas de Jude Morgan
Así es el sabor de las penas: la dura piedrecita que debes llevar en la boca.
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El sabor de las penas de Jude Morgan
Pero no había a dónde ir, el lugar donde en realidad deseaba estar era inalcanzable porque era el pasado.
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El sabor de las penas de Jude Morgan
Lo que tienen esto de ser la pequeña es que siempre te hace parecer inferior. Hasta a ti misma.
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El sabor de las penas de Jude Morgan
Anne había descubierto que no era posible vivir sin ningún consuelo, aunque sí se podía vivir sin la menor ilusión. Posible y quizá incluso necesario
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El sabor de las penas de Jude Morgan
Esa es la singularidad de Charlotte: es capaz de hacerlo. Es tan tímida como cualquiera de ellas, sufre visiblemente la misma angustia al entrar en una sala llena de desconocidos, no es capaz de decir ninguna de esas refinadas naderías que Ellen Nussey manera con tanta soltura. Y, para colmo, es tremendamente consciente de su imagen, algo que no le sucede a Emily y que Anne ha aprendido a superar. Charlotte vuelve la cara par disimular la deformidad de la boca producida por un diente que sobresale demasiado y con eso sólo consigue parecer menos agraciada. Pero, a pesar de todo, lo hace: sigue adelante. Esta mañana ha negociado el alojamiento en la Chapter Coffee House y se ha quejado a la indiferente doncella, con firmeza aunque con rubor, de que no tenían agua para lavarse, y ella ha asegurado que antes debían pasar allí una noche; luego aborda a un transeúnte para preguntar por dónde se va a Cornhill. Seguramente Charlotte negaría que es valiente, porque no debe sentirse valiente. Pero actúa como si lo fuera. Y ahí reside el secreto del valor.
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El sabor de las penas de Jude Morgan
(…) Emily deja caer a Branwell en un rincón, arranca de la cama la ropa humeante, la golpea y la pisotea y luego se va corriendo a por agua. Branwell, borracho perdido, se enrosca en el suelo como un perro en un cesto. Pasan sobre él y a su alrededor, limpiando y ordenando. Otra vez a limpiar cuando Branwell abre la boca y suelta un chorretón de vómito. Luego, por fin, sacudirlo un poco, convencerlo y llevarlo a la cama en volandas, colocándolo de lado en previsión de nuevos vómitos. Todo ello prácticamente en silencio, con susurros y gestos, para no inquietar a su padre, que se niega incluso a tener cortinas en las ventanas por su temor patológico al fuego. Se detienen en la puerta del dormitorio a dar un último repaso visual, cargadas con las hediondas sábanas y el cubo, desgreñadas y con las caras tiznadas, y es entonces cuando, de esa manera suya serena y solemne, Anne dice: —Vemos aquí a los celebrados Currer, Elis y Acton Bell relajándose en casa, disfrutando de su fama. Y les acomete una hilaridad tan desenfrenada y virulenta que tienen que morderse los labios y taparse la boca con los nudillos para precipitarse escaleras abajo, y al fin pueden dar rienda suelta a la risa: unas risotadas, relinchos y alaridos tales que cualquiera que las hubiera oído habría pensado que estaban llorando desconsoladamente. + Leer más |
El sabor de las penas de Jude Morgan
—¿Entonces no quieres que lo que escribes agrade a los lectores? ¿Qué efecto pretendes causarles? Emily adopta su vieja pose de estar a la escucha y luego rompe a reír, como si una voz invisible le hubiera contado un chiste. —Pretendo enfurecerlos. |
El sabor de las penas de Jude Morgan
—No he dicho nada desde que has subido al coche, Branwell. Ni una palabra. Branwell da otro sorbo; por su rostro pasan fugazmente toda clase de expresiones. —No te hagas la mártir. Además, cuando oigo un silencio reprobador, lo reconozco —suelta de pronto una carcajada atronadora—. Cuando lo oigo. Ay, señor. Como si el silencio se pudiera oír. «Sí, claro que se oye —piensa Anne—: es el ruido más estruendoso de todos» |
El sabor de las penas de Jude Morgan
—¿Qué haces? —gimió Charlotte, sujetándola. Emily se lamió los nudillos. —Darme una razón para esto —dijo mientras las lágrimas, tan infrecuentes en ella, le bañaban la cara—. Es que… cuando te das cuenta de lo que le pides a la vida, que es poco, tan poco: una habitación tranquila, una pluma; tener cerca al puñado de personas que quieres; una puerta abierta para salir por ella; mirar el cielo; y ya está, nada más; y el hecho de que esto es pedir demasiado de este mundo. Eso te hace comprender que el mundo se valora muy alto, y qué hueca suena tanta fanfarria… qué hueca… |
El sabor de las penas de Jude Morgan
—He oído a la señorita Wooler hablándole de ti a la señorita Catherine, Charlotte, y la ha dicho que eres brillante. (…) —Lo eres, y eso es una gran ventana en este mundo, donde las mujeres prescindibles tenemos que dar con una forma de vivir que valga la pena. No, Ellen, no hagas aspavientos: somos prescindibles. Y no nos dejan recurrir a muchas armas. Quizá lo mejor sea tener dinero y, si no, inteligencia. Es mucho mejor que la belleza. —Que a mí me falta —dijo Charlotte como si nada. —Eso es —continuó Mary vigorosamente, descortezando un palo para hacerse un bastón—. Las mujeres que sólo se valen de su belleza no se hacen ningún favor a sí mimas ni a las demás mujeres… —siguió argumentando mientras azotaba las ramas y alborotaba a los grajos posados en los árboles, que graznaban con desdén, y Ellen redoblaba la suave presión sobre el brazo de Charlotte. No, no le hizo falta correr al espejo esa noche para buscar angustiada una confirmación o una refutación. A fin de cuentas, siempre había sabido que era más menuda y escurrida que las otras niñas, que su piel no tenía la misma frescura, que era la única que evitaba poner una ancha sonrisa para que no se le vieran los dientes disparejos. Ya lo sabía. Pero el saber viste distintos disfraces. Saber en la calma de la salita de tu casa que eres del montón (fea, llámalo por su nombre) no es lo mismo que te lo digan. La puerta se abre de golpe y el dato desagradable se desploma hacia fuera como un cadáver escondido. + Leer más |
El sabor de las penas de Jude Morgan
Quizá el origen de todo sea su terrible convicción de que el mundo es un desastre, de que caminaos a lo loco sobre hielo quebradizo, parloteando, sin prestar atención a los fuertes crujidos.
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El sabor de las penas de Jude Morgan
(…) Siendo seis, no hay nadie que esté en el medio porque… —frunció el ceño, garabateando—… porque es una cuestión aritmética. Charlotte fijó la mirada en el papel dubitativamente. —Pero yo me siento en medio. —Bueno, por qué no —convino Branwell. Entre ellos, los sentimientos siempre se daban por buenos. Al estar en el centro, podrías mirar en ambas direcciones. Detrás de ti veías a los más pequeños recorriendo un camino porque el que ya habías pasado: se les caían los dientes, tenían rabietas. Eso te infundía seguridad. Y delante de ti, Maria y Elizabeth iban trazando el camino, explorando el territorio, retirando obstáculos, y eso era la seguridad. Aunque no fueran adultas, su magnífica categoría era igual de deslumbrante para Charlotte. |
¿Cuántas novelas hay en la serie Harry Potter?