El sabor de las penas de Jude Morgan
Esa es la singularidad de Charlotte: es capaz de hacerlo. Es tan tímida como cualquiera de ellas, sufre visiblemente la misma angustia al entrar en una sala llena de desconocidos, no es capaz de decir ninguna de esas refinadas naderías que Ellen Nussey manera con tanta soltura. Y, para colmo, es tremendamente consciente de su imagen, algo que no le sucede a Emily y que Anne ha aprendido a superar. Charlotte vuelve la cara par disimular la deformidad de la boca producida por un diente que sobresale demasiado y con eso sólo consigue parecer menos agraciada. Pero, a pesar de todo, lo hace: sigue adelante. Esta mañana ha negociado el alojamiento en la Chapter Coffee House y se ha quejado a la indiferente doncella, con firmeza aunque con rubor, de que no tenían agua para lavarse, y ella ha asegurado que antes debían pasar allí una noche; luego aborda a un transeúnte para preguntar por dónde se va a Cornhill. Seguramente Charlotte negaría que es valiente, porque no debe sentirse valiente. Pero actúa como si lo fuera. Y ahí reside el secreto del valor.
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