El sabor de las penas de Jude Morgan
—No he dicho nada desde que has subido al coche, Branwell. Ni una palabra. Branwell da otro sorbo; por su rostro pasan fugazmente toda clase de expresiones. —No te hagas la mártir. Además, cuando oigo un silencio reprobador, lo reconozco —suelta de pronto una carcajada atronadora—. Cuando lo oigo. Ay, señor. Como si el silencio se pudiera oír. «Sí, claro que se oye —piensa Anne—: es el ruido más estruendoso de todos» |