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Un cadáver en Port du Bélon de Jean-Luc Bannalec
El agua caía por todas partes: de lado, por la derecha, por la izquierda, desde delante, desde atrás, de forma oblicua desde abajo y, a veces, casi por casualidad, desde arriba. Aquella lluvia era algo único: no tenía gotas. De hecho, no tenía la apariencia normal de la lluvia, sino que estaba formada por unos hilillos larguísimos, finos, incontables, que calaban la ropa como tentáculos mecidos por golpes de viento caprichosos, que cambiaban constantemente de dirección. Ni siquiera se veían las nubes.
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