El barón rampante de
Italo Calvino
[El padre s]uspiró, absorto en sus pensamientos. Luego desprendió el cinto del cual colgaba su espada.
-Tienes dieciocho años... Es tiempo de que te considere un adulto... No viviré mucho tiempo- y sostenía de plano la espada con ambas manos.- ¿Recuerdas que eres el Barón de Rondò?
-Si, señor padre. Recuerdo mi nombre.
-¿Querrás ser digno del nombre y del título que llevas?
-Trataré de ser lo más digno que pueda del nombre de hombre, lo seré de cualquiera de sus atributos.
-Toma esta espada, mi espada -se alzó sobre los estribos, Cósimo se inclinó en la rama y el Barón pudo ceñírsela.
-Gracias, señor padre. Prometo a su merced que haré buen uso de ella.
-Adiós, hijo mío - el Barón hizo girar el caballo, dio un breve sacudón a las riendas y cabalgó lentamente.
Cósimo permaneció algunos instantes pensando si debía saludarlo con la espada; luego reflexionó que el padre se la había dado para que le sirviese como defensa y no para su luci- miento personal, y no la sacó de la vaina