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Temporada de huracanes de Fernanda Melchor
Había que calmarlos primero, hacerles ver que no había razón alguna para tener miedo, que el sufrimiento de la vida ya había concluido y que la oscuridad no tardaría en disiparse.
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Calificación promedio: 5 (sobre 140 calificaciones)
/La violencia nuestra de cada día. La literatura como campo privilegiado para narrar las agresiones que van de lo político a lo íntimo. Participan: Fernanda Melchor (México), Nona Fernández (Chile), Gonzalo Baz (Uruguay), Juan Mattio (Argentina). Modera: Osvaldo Aguirre. Presenta: Jorgelina Núñez REDES DE LA #FILBuenosAires Web: https://www.el-libro.org.ar/inicio-internacional-47/ Facebook: https://www.facebook.com/feriadellibro/ Twitter: https://twitter.com/ferialibro TikTok: https://www.tiktok.com/@ferialibroba #feriadellibro
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Temporada de huracanes de Fernanda Melchor
Había que calmarlos primero, hacerles ver que no había razón alguna para tener miedo, que el sufrimiento de la vida ya había concluido y que la oscuridad no tardaría en disiparse.
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Temporada de huracanes de Fernanda Melchor
¿Por qué mejor no los entierra parados?, sugirió el güero, arrojando la colilla al fondo de la fosa. El pendejo lo decía en broma, pero el Abuelo sabía que aquello nunca funcionaba. Daban mucha guerra si no estaban acostaditos, bien acomodados el uno sobre el otro. Ellos mismos se sentían incómodos y se removían y la gente no podía olvidarlos y ellos se quedaban atrapados en este mundo y luego andaban haciendo desfiguros, dando tumbos por entre las sepulturas, espantando a la gente.
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Temporada de huracanes de Fernanda Melchor
(…) y lo oscuro no dura pa’ siempre. ¿Ya vieron? ¿La luz que brilla a lo lejos? ¿La lucecita aquella que parece una estrella? Para allá tienen que irse, les explicó; para allá está la salida de este agujero.
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Temporada de huracanes de Fernanda Melchor
(…) cuando lo único que el viejo había querido explicarle era la necesidad de hablarle a los cadáveres mientras los enterraba, coño; porque en su experiencia las cosas salían mejor de esa manera; porque los muertos sentían que una voz se dirigía a ellos, que les explicaba las cosas y se consolaban un poco y dejaban de chingar a los vivos.
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Temporada de huracanes de Fernanda Melchor
Le decían la Bruja, igual que a su madre: la Bruja Chica cuando la vieja empezó el negocio de las curaciones y los maleficios, y la Bruja a secas cuando se quedó sola, allá por el año del deslave. Si acaso tuvo otro nombre, inscrito en un papel ajado por el paso del tiempo y los gusanos, oculto tal vez en uno de esos armarios que la vieja atiborraba de bolsas y trapos mugrientos y mechones de cabello arrancado y huesos y restos de comida, si alguna vez llegó a tener un nombre de pila y apellidos como el resto de la gente del pueblo fue algo que nadie supo nunca, ni siquiera las mujeres que visitaban la casa los viernes oyeron nunca que la llamara de otra manera. Era siempre tú, zonza, o tú, cabrona, o tú, pinche hija del diablo.
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Temporada de huracanes de Fernanda Melchor
Tenía una voz bonita; una voz que ya era de hombre, no como su cuerpo, que aún era de muchacho, y en la negrura ominosa que parecía estarlos tragando, su canto fue un consuelo (…)
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Temporada de huracanes de Fernanda Melchor
(…) que no hay tesoro ahí dentro, que no hay oro ni plata ni diamantes ni nada más que un dolor punzante que se niega a disolverse.
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Temporada de huracanes de Fernanda Melchor
Dicen que en realidad nunca murió, porque las brujas nunca mueren tan fácil. Dicen que en el último momento, (…), ella alcanzó a lanzar un conjuro para convertirse en otra cosa: en un lagarto o un conejo que corrió a refugiarse a lo más profundo del monte.
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Temporada de huracanes de Fernanda Melchor
(…) la misma criatura que tiempo después sorprendieron sentada al pie de las escaleras, con un libro abierto sobre las piernas cruzadas, sus labios chasqueando en silencio las palabras que sus ojazos negros iban leyendo.
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Temporada de huracanes de Fernanda Melchor
... y ellas le suplicaban que les prestara ayuda, que les hiciera los brebajes aquellos de los que las mujeres del pueblo seguían hablando, los brebajes que amarraban a los hombres y los dominaban por completo, y los que los repelían para siempre jamás, y los que se limitaban a borrar su recuerdo, y aquellos que concentraban el daño en la simiente que esos cabrones les habían pegado en los vientres antes de huirse en sus camiones, y aquellos otros, todavía más fuertes, que supuestamente liberaban los corazones de los resplandores fatuos del suicidio.
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Defred, una de las pocas mujeres fértiles