Temporada de huracanes de Fernanda Melchor
su única aportación al mundo era el dióxido de carbono que exhalaba con cada respiración.
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Temporada de huracanes de Fernanda Melchor
su única aportación al mundo era el dióxido de carbono que exhalaba con cada respiración.
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Temporada de huracanes de Fernanda Melchor
(...) y por pendeja, por creer que los hombres van a ayudarte pero a la mera hora es una la que tiene que partirse la madre para sacárselos de adentro, y partirse la madre para cuidarlos, y partirse la madre para mantenerlos, mientras el cabrón de tu marido se va de pedo y se aparece cuando se le hincha la gana.
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Temporada de huracanes de Fernanda Melchor
Había que calmarlos primero, hacerles ver que no había razón alguna para tener miedo, que el sufrimiento de la vida ya había concluido y que la oscuridad no tardaría en disiparse.
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Temporada de huracanes de Fernanda Melchor
(…) y lo oscuro no dura pa’ siempre. ¿Ya vieron? ¿La luz que brilla a lo lejos? ¿La lucecita aquella que parece una estrella? Para allá tienen que irse, les explicó; para allá está la salida de este agujero.
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Temporada de huracanes de Fernanda Melchor
(…) cuando lo único que el viejo había querido explicarle era la necesidad de hablarle a los cadáveres mientras los enterraba, coño; porque en su experiencia las cosas salían mejor de esa manera; porque los muertos sentían que una voz se dirigía a ellos, que les explicaba las cosas y se consolaban un poco y dejaban de chingar a los vivos.
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Temporada de huracanes de Fernanda Melchor
¿Por qué mejor no los entierra parados?, sugirió el güero, arrojando la colilla al fondo de la fosa. El pendejo lo decía en broma, pero el Abuelo sabía que aquello nunca funcionaba. Daban mucha guerra si no estaban acostaditos, bien acomodados el uno sobre el otro. Ellos mismos se sentían incómodos y se removían y la gente no podía olvidarlos y ellos se quedaban atrapados en este mundo y luego andaban haciendo desfiguros, dando tumbos por entre las sepulturas, espantando a la gente.
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Temporada de huracanes de Fernanda Melchor
(…) que no hay tesoro ahí dentro, que no hay oro ni plata ni diamantes ni nada más que un dolor punzante que se niega a disolverse.
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Temporada de huracanes de Fernanda Melchor
Tenía una voz bonita; una voz que ya era de hombre, no como su cuerpo, que aún era de muchacho, y en la negrura ominosa que parecía estarlos tragando, su canto fue un consuelo (…)
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Le decían la Bruja, igual que a su madre: la Bruja Chica cuando la vieja empezó el negocio de las curaciones y los maleficios, y la Bruja a secas cuando se quedó sola, allá por el año del deslave. Si acaso tuvo otro nombre, inscrito en un papel ajado por el paso del tiempo y los gusanos, oculto tal vez en uno de esos armarios que la vieja atiborraba de bolsas y trapos mugrientos y mechones de cabello arrancado y huesos y restos de comida, si alguna vez llegó a tener un nombre de pila y apellidos como el resto de la gente del pueblo fue algo que nadie supo nunca, ni siquiera las mujeres que visitaban la casa los viernes oyeron nunca que la llamara de otra manera. Era siempre tú, zonza, o tú, cabrona, o tú, pinche hija del diablo.
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Temporada de huracanes de Fernanda Melchor
Que respeten el silencio muerto de aquella casa, el dolor de las desgraciadas que ahí vivieron
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Temporada de huracanes de Fernanda Melchor
Dicen que en realidad nunca murió, porque las brujas nunca mueren tan fácil. Dicen que en el último momento, (…), ella alcanzó a lanzar un conjuro para convertirse en otra cosa: en un lagarto o un conejo que corrió a refugiarse a lo más profundo del monte.
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Temporada de huracanes de Fernanda Melchor
(…) un llanto quedito que le salía de muy de adentro y que ella no entendía pero que ocultaba de los demás porque le avergonzaba: a su edad, llorando por nada, como si todavía fuera una niña.
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Temporada de huracanes de Fernanda Melchor
(…) la misma criatura que tiempo después sorprendieron sentada al pie de las escaleras, con un libro abierto sobre las piernas cruzadas, sus labios chasqueando en silencio las palabras que sus ojazos negros iban leyendo.
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No volvió a conocérsele hombre alguno a la hechicera, y pues cómo, si ella misma se la pasaba echando pestes de los varones, diciendo que eran todos unos borrachos y unos huevones, unos pinches perros revolcados, unos puercos infames, y que antes muerta que dejar que cualquiera de esos culeros entrara a su casa y que ellas, las mujeres del pueblo, eran unas pendejas por aguantarlos
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Temporada de huracanes de Fernanda Melchor
la hora en que las mujeres se sientan a contar historias mientras vigilan con más atención el cielo
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Temporada de huracanes de Fernanda Melchor
Una cosa espantosa, dijo la gente, porque cuando los chamaquitos esos la encontraron el cuerpo ya estaba todo infladoy los ojos se le habían salido y los animales le comieron parte de la cara y parecía que la pobre loca sonreía, espantoso, pues, una putada, carajo, si ella en el fondo era bien buena y siempre las estaba ayudando y no les cobraba nada ni les pedía nada a cambio más que un poquito de compañía.
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Temporada de huracanes de Fernanda Melchor
Dicen que el calor está volviendo loca a la gente, que cómo es posible que a estas alturas de mayo no haya llovido una sola gota. Que la temporada de huracanes se viene fuerte. Que las malas vibras son las culpables de tanta desgracia: decapitados, descuartizados, encobijados, embolsados que aparecen en los recodos de los caminos o en fosas cavadas con prisa en los terrenos que rodean las comunidades.
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Temporada de huracanes de Fernanda Melchor
(…) en aquella oscuridad que a cada minuto se iba haciendo más densa y engullía los colores a su alrededor, convirtiendo las copas de los árboles y las matas de los cañaverales y el lienzo de la noche en una única y sólida mole de esquisto en la que brillaban, como diminutos carbunclos, los focos que colgaban sobre las puertas de las casas del pueblo, allá a la distancia.
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Temporada de huracanes de Fernanda Melchor
(…) le daba tanta ternura verlo contento: cuando sonreía por alguna tontería que ella decía, y los ojos se le encendían de alegría por un segundo, y toda esa tristeza que él siempre llevaba a cuestas desaparecía y por un breve instante volvía a ser el mismo muchacho que se le acercó en el parque de Villa
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Temporada de huracanes de Fernanda Melchor
Y supo también, mientras se hundía en los ojos cada vez más rabiosos de la vieja, que su abuela la odiaba con toda su alma y que en aquel mismo momento la estaba maldiciendo.
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¿A quien baila Raquel en la fiesta en la casa de los hidalgo?