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Calificación promedio: 5 (sobre 33 calificaciones)
/Es una propuesta de la editorial Ariel. Me gustó la posibilidad de afrontar la escritura de ese manual al que yo hubiera querido recurrir cuando empecé a leer poesía.
Muy laborioso, desde luego: acotar qué resultaba imprescindible, pero también a qué espacios podía «asomarme», y que quien leyera percibiese a alguien transmitiendo su pasión. Procuré mantener ese equilibrio: información fundamental, y dentro de ese nivel, aquello que yo valoro más como lectora.
Pienso en alumnado de instituto, de los primeros cursos de grado; en quienes asisten a talleres de escritura y clubes de lectura... Quienes comienzan a hacerse preguntas con la poesía en el foco, en resumen. Ojalá resuelva algunas dudas, facilite pistas y —sobre todo— despierte muchas más preguntas.
Muchísimos, por supuesto. Cuando empecé a corregir la primera versión, por ejemplo, tomé conciencia del papel nuclear de la poesía de la Edad Media como origen —casi— de la poesía tal y como la entendemos hoy. Las distintas propuestas estéticas, ciertos tópicos y temas, etcétera, por no hablar de los recursos y niveles formales, comienzan a forjarse ahí; de manera que me tocó reformular el índice, ampliar su presencia, omitir otros aspectos que me habían interesado... Pero ya te digo que concebí el libro como un punto de partida para encender la curiosidad, y saltar de obra en obra, de movimiento en movimiento...
Sí en algunos casos, pero no en muchos otros. Después de todo, se trata de un manual; aspiraba a «humanizar» en cierto modo su redacción, pero no convertirla en una obra personalista, subjetiva. Hablo de autores y de autoras que forman parte de mi educación sentimental, cuyos libros acarreo de mudanza en mudanza, y hablo de autores y de autoras a cuya lectura regresé después de años, porque los percibía —en todos los sentidos— muy lejanos.
Me refiero justo a la necesidad de olvidar la interpretación del poema. Los poemas no se interpretan; no existe una fórmula que fije la correspondencia entre una metáfora y su acepción universal. Cuando charlo sobre poesía en un instituto, por ejemplo, me gusta reinterpretar la pregunta: «¿qué significa este poema para ti?» El poema lo reescribe quien lee, desde sus propias circunstancias, experiencias e incluso desde sus propios prejuicios. La poesía es un campo abierto.
Para mí no, desde luego. Incluso la escritura —el arte, en general— que elude el compromiso se posiciona ante él, desde esa supuesta neutralidad; si quieres negar algo, si quieres omitir algo, es porque existe y te preocupa. Igual que leemos con nuestras circunstancias, desde nuestras circunstancias, escribimos también con ellas a cuestas. Yo no puedo concebir la lectura de los poemas de Gloria Fuertes desgajándola de la historia de España, de la guerra y de la dictadura; incluso aquellos poemas en apariencia menos políticos encierran una reflexión política finísima, muy potente, porque los respalda su conciencia.
Menciono a muchas poetas, más que a varias; quería demostrar que, aunque sus nombres no figuren de manera destacada en la historia, existieron y describieron y fueron, aunque no estén. En el libro establezco una diferenciación entre la «poesía escrita por mujeres» y la «poesía femenina». En el primer caso, el criterio —la característica que la unificaría, por tanto— tiene que ver con el género de quien escribe: si es una mujer, se trata —de manera muy obvia— de poesía escrita por mujeres. En el segundo, tiene que ver con el concepto de «escritura femenina» que desarrollaron en los años setenta las teóricas feministas francesas: Hélène Cixous, Béatrice Didier... Cixous rompe el criterio del género, y afirma que «no podemos hablar de escritura femenina por el hecho de que una obra la firme una mujer». Ella vincula esa escritura femenina a la escritura íntima, que también practican los hombres: tiene que ver con el análisis de una misma, de uno mismo, que se desarrolla en diarios, volúmenes de memorias, cartas, e incluso poemas y textos de autoficción. Tiene cierta lógica asociarlo a las mujeres: hablamos de obras que no se concebían para su publicación, a priori, sino por el gusto y la necesidad y la urgencia de escribir. Las mujeres creaban en libertad gracias a la privacidad de ese espacio simbólico, de esa «escritura propia», y en él desarrollaban y construían su identidad.
Al documentarme para el libro me sorprendieron los caligramas primitivos, por llamarlos de alguna forma; los carmina figurata, e incluso el «Huevo» de Simmias de Rodas.
Se escribieron para leer, primero, y recitar después, pero una de las mayores alegrías que me ha brindado este libro fue el descubrimiento de la obra de Amanda Berenguer, y su concepto global —el poema significa, el poema se ve, el poema se escucha— de la poesía, plasmada en su originalísima poesía cinética.
Para mí tiene que ver con la poesía en cuyo origen interviene la tecnología. Las experiencias que se han desarrollado, hasta el momento y salvo excepciones —que he intentando recoger en el manual—, la implican de una forma muy superficial, y relativa solo a su difusión. Algunas experiencias muy valientes, y muy valiosas, la sitúan no sé si en la raíz de los poemas, pero sí desde luego en su desarrollo más temprano: la poesía digital, la poetrónica, la ciberpoesía, la infopoesía, y etcéteras múltiples.
Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca. El idioma que yo usaba para hablar con unas y con otras sonaba diferente, lo reconocía más mío en él que otros.
Nadie, creo. La escritura que me remueve me despierta las ganas de escribir, no las apacigua.
Una vez más, Lorca
He mencionado Poeta en Nueva York, claro, y añado Belleza cruel de Ángela Figuera Aymerich: una escritura radicalmente política, y al mismo tiempo radicalmente femenina, que grita desde los espacios íntimos —el mercado y la cocina, el dormitorio y el salón del hogar— que ocupaban las mujeres españolas de los cincuenta, y les otorga voz.
Me queda mucho por leer, desde luego. Hace tiempo que quiero ampliar el origen de mis lecturas. Tengo muchas lagunas en cuanto a literatura africana, por ejemplo, y estoy intentando corregirlo leyendo sobre todo a las feministas de allí. Pienso en la novela Niketche. Una historia de poligamia de la mozambiqueña Paulina Chiziane.
No tengo la sensación de que Ángela Figuera Aymerich a la que he mencionado, tengan la popularidad que la calidad de su obra merece. Más poetas valiosísimas, españolas: María Cegarra, Margarita Ferreras y Lucía Sánchez-Saornil, de los entornos de la Generación del 27; algo posterior, la inmensa Alfonsa de la Torre, entre la primera generación de posguerra y el Grupo del 50; coetánea de los Novísimos, con un discurso más despojado y esencial, Paloma Palao; en los ochenta, la relectura clara e irónica de la tradición de Inmaculada Mengíbar.
¿Quién soy yo para fijar el valor justo o injusto de un libro? Puedo hablarte de lo que me gusta, de lo que no me gusta, desde la subjetividad más absoluta; pero me aburren quienes desprecian de una manera tan tajante el trabajo de los demás. Si un libro no me gusta, abandono su lectura, no le dedico ni un minuto más; prefiero invertir mi tiempo, y mi energía, en la literatura que sí despierta mi interés.
No me entusiasma demasiado el fetichismo. Las citas de mis libros, por ejemplo, las entiendo como puertas de entrada unas veces, otras igual que contraseñas secretas, guiños a mí misma. Si acaso, una del conde de Lautréamont a la que recurrí como guía de mi editorial: «Un poeta debe ser más útil que cualquier otro ciudadano de su tribu».
Por trabajo, los manuscritos que publicaré en La Bella Varsovia en los próximos meses, los borradores que lo que aparecerá el año próximo, y también algunos libros que debo reseñar o presentar. Por gusto, los poemas de una escritora australiana nómada, que encontró su lugar en el sur de Argentina: Biografía en los saquitos de té, de Westonia Murray. Lo ha traducido Tom Maver para Llantén, una editorial argentina recién nacida pero ya con un catálogo interesantísimo. Y las memorias de Memorias habladas de Concha Méndez que acaba de reeditar Renacimiento.
Entre las recomendaciones de Elena Medel en el programa de televisión 'Culturas2', por el Día de las Escritoras, aparece el libro de Elvira Valgañón, 'Fidela'. *Más info del libro: Elvira Valgañón Fidela www.pepitas.net/libro/fidela
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Todo lo que hay que saber sobre poesía de Elena Medel
Al regresar a casa, Jaime Gil de Biedma se despojaba del traje de ejecutivo y vestía el de poeta: se sentaba frente a la máquina de escribir y tecleaba lo primero que se le ocurría, y lo segundo, y lo tercero, para «para vaciarme».
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Las maravillas de Elena Medel
...y seguí leyendo, y me di cuenta de que conforme más pensaba por mi cuenta, más incómodo se sentía Pedro.
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Las maravillas de Elena Medel
«El piso en el que vive es el piso que puede pagar, no el piso en el que le gustaría vivir, y el trabaj que tiene es el trabajo al que puede aspirar siendo quien es, teniendo el dinero que ha tenido. Lo que no ha vivido no lo ha hecho por dinero; por la falta de dinero.»
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La pequeña princesa de Elena Medel
"-A veces algunas cosas suceden sin que las esperemos, y en otras ocasiones intentamos obviarlas hasta que ocurren. Cerramos los ojos para no verlas o, todo lo contrario, hacemos mucho ruido, muy alto, para tapar el suyo."
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Las maravillas de Elena Medel
Alicia considera que la palabra "esposa" nunca vinculó de forma más exacta el sonido al significado: durante esos fines de semana le escuece la piel de las muñecas, como por el roce del metal.
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¿Quién es el autor de "Los funerales de la Mamá Grande"?