Los cantos de Maldoror de Lautréamont
No se me verá, en mi hora última (escribo esto en mi lecho de muerte), rodeado de curas. Quiero morir acunado por la ola del mar tempestuoso, o de pie en la montaña...pero con los ojos en lo alto, no: sé que mi aniquilación será completa. Además, no podría esperar gracia alguna. ¿Quién abre la puerta de mi cámara funeraria? Había dicho que no entrase nadie. Quienquiera que seas, aléjate; pero si crees percibir alguna señal de dolor o de miedo en mi rostro de hiena (utilizo esta comparación, aunque la hiena sea más bella que yo, y más agradable de ver), desengáñate: que se acerque. Estamos en una noche de invierno, cuando los elementos chocan entre sí por todas partes, cuando el hombre tiene miedo, y el adolescente medita algún crimen contra uno de sus amigos, si es lo que yo fui en mi juventud. Que el viento, cuyos lastimeros silbidos entristecen a la humanidad desde que el viento y la humanidad existen, unos momentos antes de la agonía final me lleve sobre los huesos de sus alas, a través del mundo, impaciente por mi muerte.
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